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09 Jun 2022
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Mutilado de guerra

Era un hombre, un enfermero, que necesitaba hablar, comunicarse, contar lo suyo, nada especialmente grave ni de vital importancia, sólo eso, hablar.

Me habló de su servicio militar. El hombre rondaría los cincuenta, de modo que aquellas anécdotas tendrían más de treinta años y sin embargo las contaba nítidas, con todo lujo de detalles. Por supuesto, yo le permití soltar lo suyo a gusto, e incluso fingí mostrar un interés desmesurado:

—¿De veras? ¡Madre mía!

Y en cada interjección mía el tipo parecía crecer aún más, dotando al relato de una épica que, siendo franco, no lo merecía. Escuchándole, pensé si no habría algo más fresco e interesante que aquellas pobres anécdotas de rangos militares, cuarteles y días de permiso en Algeciras. No hubo nada, en fin, digno de interés alguno aunque su modo de contarlo desprendiera sobrado entusiasmo.

Pero al bajarse del taxi me fijé que le faltaba una pierna. No caí en ello antes porque había subido y sentado estando yo leyendo a Kipling, y apenas cerró su puerta cerré yo el libro y me fijé sólo en su rostro a través del espejo.

Por eso os digo que me pareció increíble que no me hablara de su pierna fantasma, o de qué manera llegó a perderla (¿tal vez en la mili? Un mismo hombre puede pasar de ser un pobre tullido a todo un héroe de guerra. Al menos en EE.UU. si un tullido lleva un simple pantalón de camuflaje pasa de inmediato al Olimpo del orgullo patrio). Yo, sin duda, si me faltara un brazo o una pierna o incluso un dedo, no dudaría en contarle a cada taxista una historia distinta, a cual más loca (nadie duda de la palabra de un mutilado; por muy inverosímil que parezca el motivo de su pérdida, absolutamente nadie se lo cuestionaría).

Pero no, aquel hombre tuvo que contarme las andanzas del Cabo García, a la sazón mariquita.