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10 Abr 2023
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Morir por un papel

Una mujer de aspecto profundamente común, cuyo rostro olvidarías por carecer de rasgos significativos, me contó en mi taxi una historia que, sin embargo, perdurará en mi memoria tal vez para siempre.

Su historia podría resumirse en una inquietante frase: «Mi pareja acaba de morir por no estar casados». El asunto me sorprendió tantísimo, que procuré tirarle suave de la lengua mientras viajábamos en mi taxi en dirección al ayuntamiento de Burjassot. Y al final, se soltó:

—Murió hace dos días. Fue por culpa de una caída tonta, un golpe en el pie, pero el tema se complicó y derivó en un coágulo y principio de gangrena en la pierna. Como tenía fortísimos dolores, le sedaron con morfina, y esto le incapacitó para tomar cualquier decisión que pudiera tomar. Y la decisión acabó siendo si cortarle o no la pierna para evitar que el coágulo llegara al corazón. Tanto el doctor como yo pensábamos que amputarle la pierna era la única opción para salvar su vida, pero resulta que yo no podía firmar el consentimiento ya que, a pesar haber vivido juntos durante más de quince años, no estábamos oficialmente casados. Así que trasladaron el asunto a Servicios Sociales para que ellos decidieran quién podía decidir, pero esa decisión se demoró y entre medias, le sobrepasó el coágulo, y murió. Fíjese qué cosas, por un papel. De haberlo tenido, le habrían cortado la pierna a tiempo y se habría salvado. Y, claro… ahora no puedo evitar pensar en aquella noche que Carlos me llevó a cenar, sacó un anillo de compromiso y me pidió matrimonio, y yo le dije que no, que estábamos bien así, conviviendo juntos sin papeles de por medio, porque yo anteriormente ya había estado casada y la cosa no funcionó, y el acuerdo de separación fue un lío tremendo, con abogados y todo, y no quería saber nada de más papeles, aunque en este caso yo sabía que lo nuestro era para toda la vida: que le quería; quería mucho a Carlos. Era el hombre de mi vida. Y resulta que ahora, como le digo, no paro de pensar en el sonido de la cajita de aquel anillo de compromiso cerrándose, clock, como un ataúd. Clock. Clock. Clock.

Dejé a la mujer junto al Ayuntamiento donde habría de arreglar los papeles de su difunta pareja. Al pagarme, salió del taxi y cerró la puerta. Clock.