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31 Mar 2023
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

El padre de todos los problemas

María, usuaria habitual de mi taxi, sufre de migrañas. De hecho, las migrañas son su principal problema. También la relación con su exmarido, y las pésimas notas del hijo de ambos. Pero sobre todo las migrañas.

Tomás no sabría por dónde empezar. La cosa se torció cuando perdió su trabajo en una cadena de montaje, y tuvo que volver a casa de sus padres, y comenzó a fumar canutos de forma compulsiva para ahumar el vacío, y le llegó una multa por consumo de estupefacientes en vía pública, y no pagó, y le embargaron la cuenta. Lejos de localizar su principal problema, Tomás tira de genérico: «La vida es un problema tras otro, macho». Por su parte, Marta daría ahora mismo un brazo por mitigar su terrible dolor de muelas. Supongo que no ha pensado demasiado el canje, o tal vez se trate de una exageración (nadie en su sano juicio cambiaría un brazo por un dolor de muelas transitorio), pero con esto supongo que su principal problema es ese: el dolor de muelas. Poco sé de sus demás problemas, o tal vez no importen ahora y hayan sido relegados a un discreto segundo plano. No es el caso de José Francisco, natural de Bolivia, que perdió los papeles en una fiesta. Literalmente. Extravió la cartera, los documentos, incluido su permiso temporal de residencia.

Localizar, enumerar y calibrar los problemas de cada cual es más de la mitad del trabajo de cualquier psicoanalista al uso. De hecho, lo jodido es no saber verbalizarlos, o estar simplemente depre, de bajón, hundido en el fango, sin motivos concretos. También me encuentro casos de esos en el diván de mi taxi: gente realmente desencajada, pisada por la vida y que no sabría decir cuál podría ser su problema principal. En casos como estos vendría bien un reseteo radical, un borrón y cuenta nueva pero, dejando a un lado el electroshock o cualquier otra terapia extrema, no es viable en absoluto. Por mucho que lo intentes, siempre queda algo en el desván de la memoria que podría aparecer cuando menos te lo esperas. No vale cambiar de vida, cambiar de ciudad, o entrar en un programa de protección de testigos. La tara, el bicho, o como quieras llamarlo, aparecerá. Que no te quepa la más mínima duda.

Excepto, añado yo, sin consigues domesticar el bicho. Entretenerlo. Jugar con él o voltear su poder para crear historias o inventarte vidas. Vidas inventadas como las de María, Tomás, Marta o José Francisco.