PATROCINADORES
INSTITUCIONES
Junta castilla
jcm

Archiletras

21 Oct 2022
Compartir

Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

La mancha

Se habla mucho, hablan, de la palabra «libertad», cuando en verdad quieren decir «libertades». Porque son pequeñas píldoras en dosis individuales. Sensaciones exactas y en lapsos cortos de tiempo. Igual que confundir estar contento y ser feliz.

Describamos sensaciones. Ahora me encuentro en la terraza de un café en el paseo marítimo de la Patacona. Me he sentido libre de apagar el taxímetro, aparcar mi taxi aprovechando un hueco libre y sentarme a escribir tranquilamente mientras tomo un café. Las vistas son espléndidas: mar al fondo, sin bañistas, cielo nublado y temperatura agradable. Me encuentro exactamente donde y cuando me ha pedido el cuerpo. Un cuerpo caprichoso, sin duda, aunque de caprichos asumibles. Quiero decir, que esta sensación de libertad varía mucho según la persona. Habrá quien necesite tomar un avión a cualquier destino exótico y rentar una villa al filo de un precioso acantilado para sentir esta misma sensación. O dicho de otro modo: vincular libertad y dinero. Yo ni lo tengo, ni lo quiero. Nunca soñé con ser millonario, sino con tener la mente cuerda: que el coco me siga funcionando, al menos, igual que ahora.

Entiendo que tengo una mente privilegiada, porque disfruto imaginando y escribiendo tramas. Dame un taxi y un cuaderno, y yo me planto. No necesito, ni quiero, nada más. De hecho, he conseguido escapar de no pocas piedras del camino gracias al poder hermético de la imaginación.

Hace apenas quince minutos he llevado a una mujer en mi taxi de unos cuarenta años que estaba en shock por un desengaño amoroso. Resulta que esta misma mañana ha descubierto que su marido tenía una aventura. Un marido reamente descuidado, teniendo en cuenta que no borró las fotos y los whatsapps de su amante en el móvil. Barajo dos opciones: Puede que confiara en que ella nunca le espiaría el móvil. O tal vez, al contrario: quería que su esposa se enterara, pero no se atrevía a decírselo en persona. En cualquiera de los casos, ella se encontraba totalmente desubicada y no era para menos: se le volteó la vida en apenas segundos.

El caso es que, hablando con ella, tratando de calmarla, me giré un momento y descubrí una pequeña mancha oscura, como de café, en su blusa blanco nuclear. Estaba a la altura de su pecho izquierdo. Una mancha, pensé, que se produjo en el momento exacto de enterarse de aquella fatal noticia. Una mancha que se mostraba por fuera, pero que había penetrado más allá: en el sostén de encaje, en el pecho, en las cosquillas, hasta atacar finalmente el corazón.

Curiosamente, mientras escribo esto, se ha abierto un pequeño claro entre las nubes. El cielo continúa nublado, excepto por ese minúsculo claro azul. Y casualidad o no, la forma que describe el claro luminoso del cielo coincide exactamente con el contorno de la mancha en la blusa de aquella mujer.

No adjunto foto porque prefiero que lo imagines.

La mancha en la blusa coincidiendo con el claro.

(Y por supuesto, tendrá la forma que tú quieras darle. La libertad, también es eso).