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04 Jun 2019
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

La interacción (o cómo escapar de la locura)

Es un buen disfraz el de taxista. Pareciera que estoy buscando calles, clientes, cuando en verdad sólo busco palabras.

A menudo la interacción verbal es el último recurso para no volvernos locos. Imagínate solo en una isla desierta: ¿cuánto tiempo aguantarías sin hablar con las piedras? Realmente poco, tal vez nada. Porque somos gente que necesita ser gente. Mezclarnos con la gente. Ser sensibles al aura que irradia la gente. Incluso aquellos que odian a la gente, o que sufren ciertas dificultades para la interacción (patológicas incluso), pasan horas frente al televisor o leyendo novelas para ver sin ser vistos. Necesitan ser parte de “algo”, ser empáticos con “algo”, verse reflejados, comparados. De hecho, las comparaciones y los reflejos nos alejan de la soledad.

Yo en mi taxi hablo mucho, muchísimo, con perfectos desconocidos. Y aunque abunden las charlas de usar y tirar, charlas realmente insustanciales, todas ellas contribuyen a eso que llaman sociabilidad y civismo. Contribuyen a la normalización. Nos hacen ser gente necesitada de otra gente.

Aunque entre tanta charla sin sustancia a veces se cuelan perlas realmente asombrosas. Ayer, por ejemplo, una mujer en mi taxi soltó lo siguiente:

—Bueno, ehm… soy experta en gestión del estrés. Básicamente me dedico a dar charlas de gestión del estrés a trabajadores de empresas grandes. Pero de un tiempo a esta parte he tenido tal carga de trabajo, que ahora estoy de baja. De baja por estrés.

Y claro, me quedé sin palabras.