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07 Jun 2019
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

La influencia del nombre raro

En mi taxi, cuando me salta un servicio vía app, aparece en pantalla la dirección de recogida y el nombre completo del usuario o la usuaria solicitante.

Suelo tardar de tres a cinco minutos en llegar, y en ese intervalo mi cabeza fluye a un ritmo endiablado: no puedo evitar crearme una imagen mental del usuario a través de su nombre. A saber… ¿Ese Carlos tendrá cara del típico Carlos? ¿Habrá similitudes físicas, rasgos comunes, entre mi vieja amiga Verónica y la Verónica que está a punto de entrar en mi taxi? ¿Qué aspecto tendrá alguien llamado Telesforo?

No sé bien si el nombre hace a la persona o es la persona la que hace el nombre. Aunque suena lógico que alguien llamado Ataúlfo (que, de hecho, ayer me tocó en suerte llevarlo en mi taxi) haya vivido en carne propia todo tipo de mofas malintencionadas, máxime en su edad escolar: los niños son crueles, no sopesan el daño, y el aludido o bien se acompleja o fortalece su personalidad. De hecho, cuando el usuario vía App abre al fin la puerta de mi taxi y yo compruebo que, en efecto, es quien dice ser («¿Es usted Venancio?»), en su respuesta puedo intuir si es del grupo acomplejado o del fuerte: algunos contestan con decisión, firmes como rocas («Venancio, el mismo que viste y calza»). Y a la contra, otros dicen simplemente que sí, agachando la cabeza.

Además, casualidad o no, a menudo encuentro rasgos peculiares en los rostros de esos nombres peculiares, como si el peso de un nombre poco común hubiera incidido también en su nariz, sus orejas o el mentón. Aunque, a decir verdad, reconozco cierta visión subjetiva e imparcial por mi parte. Supongo que mis expectativas son mayores ante una mujer llamada Cesárea que ante una Carmen cualquiera. Nadie espera a priori nada especial de un nombre común, quiero decir. Nadie asocia el nombre José a nada en concreto.

Mi nombre, por cierto, es Daniel. Y a pesar de mis 41 años, mi 1,85 de estatura, mis 90 kg de puro músculo y mi nariz prominente, todos me llaman Dani.