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26 Mar 2021
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Dímelo en la calle

Lo mismo vale para un barco encallado en el Canal de Suez, que para un escritor bloqueado e incapaz de avanzar. La solución pasa por quitar lastre, esperar a que suba la marea y hacer uso de una retroexcavadora.

Cada cual la suya: mi retroexcavadora es mi taxi abriendo surcos en las calles de Madrid. Si acaso me quedo en blanco, callejeo por las vías adoquinadas y estrechas del centro, esquivando hípsters, abuelitas con bolsos de piel sintética o franceses borrachos. Las ideas suelen llegar cuando te sientes acorralado. O perdido. O bloqueado en un atasco, masticando el entorno. También sirve escuchar Where Is My Mind de los Pixies a todo volumen.

A veces llevo el portátil en el asiento del copiloto. El otro día, en pleno atasco, me vio dándole a la tecla (y el portátil apoyado en el volante) un repartidor de la Mahou. El tipo me pitó, bajó la ventanilla del camión y me dijo:

—Qué, ¿teletrabajando?

—Jaja, sí. Está chunga la cosa.

—Ya te digo. Yo ando igual. Repartiendo cervezas por el día y amor por las noches. ¡Escribe eso!

—Descuida. Lo haré.

—¡Suerte, figura!

—¡Lo mismo!

(Siempre me ha llamado la atención la palabra «figura» en ese preciso contexto).

No puedo decir que escribir me alejara de las calles, sino todo lo contrario. Soy de vocación voyeur: me quitas los ojos y me mato. Persigo a la gente (a prudencial distancia) para distanciarme de mí. Pienso en personajes de novela porque me llevo mal conmigo a ratos y porque no sé cantar. No necesito apenas nada más: mi taxi y un teclado. Lo demás, te lo regalo. No lo quiero.