Diario de un escritor en cuarentena (Día 47)
Estaba bloqueado, hastiado, sin ganas de escribir. Pero a partir del pasado domingo pude salir con mi hija a dar una vuelta, y todo dio un vuelco después de observar muy de cerca la labor de las hormigas.
Mi hija de 5 años y yo nos acercamos en silencio a un hormiguero contiguo al parque de siempre. Las hormigas estaban en plena actividad, formando dos filas perfectamente alineadas de entrada y salida al agujero (guardando entre ellas distancias casi matemáticas). Las que entraban, lo hacían portando ramitas con suma diligencia y sentido común: las hormigas más grandes acarreaban cargas más voluminosas que las pequeñas. Cada una, en definitiva, sabía lo que tenía que hacer: abastecer al hormiguero sin descanso y salir descargadas para luego repetir la operación. Estaban siendo previsoras, trabajando en perfecto equipo. No necesitaban ni estudios previos, ni planificación alguna. Ni informes de impacto ambiental, ni memorandums de viabilidad económica, ni CEOs, ni asesores técnicos, ni community managers tuiteando el proceso. Todas desempeñaban la exacta misma función acorde a su envergadura.
Observarlas me ayudó muy mucho a simplificar el proceso de escritura de mi novela. ¿Cómo escribir un libro de 120.000 palabras? Las hormigas me dieron la pista: palabra a palabra. Una palabra después de otra, dispuestas en fila, alineadas, y luego otra, y otra más hasta completar ese otro hormiguero que es el libro que tengo en la cabeza. Y hacerlo sin mirar atrás, sin plantearme otra cosa (ninguna hormiga sueña con ser cigarra, quiero decir).
Viene bien simplificarte a veces; bajar a la tierra y dedicarte en exclusiva a aquello para lo que estás diseñado. Es mi consejo de hoy: Si quieres ser hormiga, haz lo que hacen las hormigas.
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(58.300 palabras. Puedo oler desde aquí el ecuador)