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27 Mar 2020
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Diario de un escritor en cuarentena (Día 14)

Leí ayer a un escritor decir en Twitter que le era imposible escribir en estas circunstancias tan dramáticas. Y le entiendo. Por supuesto que sí. Pero.

Os pongo en situación. Mi casa tiene 90 m2, dos habitaciones, salón, cocina-comedor, dos baños y un pequeño tendedero. Somos tres: mi mujer, que por el día teletrabaja encerrada en el salón, mi hija de 5 años (sumamente activa, parlanchina y negacionista del sueño: duerme poco, nunca más de 8 horas; nunca hace siesta) y yo. Obviamente mi mujer, durante la mañana y buena parte de la tarde, está aislada en el salón, trabajando; y mi hija, mientras tanto, siempre necesita hacer «algo», lo que sea, cualquier actividad detrás de otra (y a veces dos al mismo tiempo), como víctima de una voracidad vital ciertamente envidiable. No sabe estar más de un minuto sin hacer nada, y cuando esto sucede empieza a gritar en bucle: ¡ME ABURRO! De modo que, para mitigar sus demandas, hago con ella los deberes del cole (cursa 3º de Infantil, aún son suaves), y también pinta conmigo, y lee a su ritmo, y sigue las andanzas de Youtube Kids, y canta, y juega con peluches, y charla con Siri, construcciones, disfraces, trabalenguas, ahorcados, pintacaras, juegos de mesa, películas, y así hasta el infinito y más allá. Pero nunca es suficiente. Sumadle a esto la tensión acumulada de 16 días de encierro y los que quedan. Repito: dieciséis días sin pisar la calle y sin bici, sin pelota, sin patines, y sin corretear con sus amigos.

Con todo y con esto os preguntaréis cuándo y cómo demonios escribo. Pues bien, escribo a la vez que sucede todo esto, procurando convertir el caos en gasolina. Cabe puntualizar que, en mi caso, la novela que tengo entre manos está protagonizada por un taxista, y que yo también lo soy (o al menos lo fui hasta el inicio del confinamiento), y que todo profesional del taxi que se precie está acostumbrado a manejarse en dos frentes a menudo solapados: uno casi automático (conducir del punto A al punto B pendiente del tráfico) y el otro ciertamente interactivo (hablar con usuarios). De modo que ahora, con la escritura, intento trasladar al teclado la bipartición del taxi. Durante el proceso de redacción, procuro escribir con el automatismo que precisa conducir un taxi. Y mi hija, digámoslo así, hace las veces de usuaria conceptual. Le presto atención, interactúo con ella, al tiempo que mis dedos conducen la historia del punto A al punto B. De esta forma, traslado el ruido y el caos de la calle al texto. Pero ojo, soy del todo consciente que este método puede servirme sólo en lo que dure el proceso de escritura. Cuando toque corregir precisaré de un un aislamiento que ya veremos cómo diantres consigo. Tal vez encerrado en el baño y con cascos. Veremos.

(21.500 palabras; a razón de algo más de 1500 por día. Parecen pocas pero, a tenor de lo descrito, puedo aseguraros que son la rediós. Seguiremos informando…).

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