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24 Mar 2020
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Diario de un escritor en cuarentena (Día 11)

Los personajes de mi novela han empezado a revelarse. Y eso es malo. Terrible. A punto estoy de decretar el estado de emergencia y confinarlos en las cuatro paredes de la trama.

Día 11. Me vino a la cabeza «Anotaciones sobre una novela» de Pérez-Reverte, interesante guía donde el autor descubre algunas de las claves del proceso de escritura de su novela «El tango de la guardia vieja». Lo más útil, al menos para mí, fue entender que un autor ha de conocer los aspectos más íntimos del personaje (cuantos más, mejor), aunque muchos de ellos no aparezcan en la novela. Contar con un número ilimitado de herramientas a tu disposición no significa usarlas todas; basta con saber que están ahí para poder hacer uso de aquellas que necesites en cada momento. Lo mismo sucedería con la ambientación, o con el momento histórico, etcétera. Tener, por ejemplo, bien nítida en tu cabeza cómo es la calle por donde transita una acción no implica necesariamente describirla hasta el más mínimo detalle, sino dar las pinceladas necesarias para que el lector imagine el resto. En cierto modo el lector ha de interactuar con la historia para hacerla propia y el autor ha de jugar con él presuponiéndole inteligente (*). O dicho de otro modo: la literatura es un trabajo de dos.

(*) Este es un tema que da para debate. Hay autores que tratan al lector como si fuera idiota. Y en el otro extremo, también hay autores que emplean un lenguaje y unas claves demasiado difíciles de entender. Lo idear sería encontrar el punto exacto; ser lo más honesto posible y no dártelas de listo (me horripila), ni escribir en formato papilla para que el lector no tenga siguiera que masticar. Al final es el lector quien busca al autor y viceversa: Es una simbiosis. 

Supongo que subestimé el conocimiento que tenía de algunos personajes secundarios, o tal vez no les di la importancia que merecían. Me volqué de lleno en «vestir» a los dos principales (los conozco como si los hubiera parido; llegué incluso a soñar con ellos), y dejé desnudo al resto. Toca ahora pensar en ese grupo reducido de secundarios. Crearles una historia, dotarles de una verdad que no aparecerá en la novela, pero que ayudará sin duda a darles su propia voz.

(17.200 palabras; frené un poco el ritmo, en fin… Seguiremos informando).

Entradas anteriores:

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