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23 Dic 2021
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Cuando el tono contradice la palabra

Ordenando mi escritorio virtual rescaté un audio de mi etapa como taxista en Madrid. Aún guardo muchos, varias horas, pero éste llamó poderosamente mi atención.

En el audio (de la grabadora que siempre llevaba escondida debajo de mi asiento) se escucha una voz de mujer hablando conmigo. Recuerdo el trayecto: De un chalet en la exclusiva urbanización Puerta de Hierro a la estación de Atocha. Ya había oscurecido. Estaba lloviendo. Transcribo:

—Si le soy sincera, a veces no puedo con la vida. Soy muy vitalista, pero uff… qué quiere que le diga… las responsabilidades se van sumando…

—Entiendo— dije.

—Los niños, el trabajo, la casa. Bueno, tenemos niñera y también una asistenta que nos arregla el follón del día a día. Y un jardinero. Pero…

—¿Pero?

—No sé… a veces pienso cómo sería mi vida sin toda esa ayuda alrededor. Creo que me daría algo. Y a la vez me duele mucho saber que hay gente que no tiene nada, y que no debería quejarme después de todo.

—Debería sentirse afortunada, si me permite la observación…

—Lo sé. Olvídelo.

(Silencio de al menos un par de minutos)

—Estará pensando que soy la típica ricachona consentida… —volvió ella.

—No. No estaba pensando en eso.

—¿Y entonces? ¿Puedo preguntarle en qué pensaba?

—En Tomás Edison —dije.

—¿Perdón?

—Edison. El inventor del fonógrafo. ¿Sabía que el primer audio grabado data del año 1877?

—¿Y?

—Que no hay forma de saber de qué modo hablaba la gente antes de ese año.

—Hay millones de libros anteriores.

—Libros escritos. Pero nada más. No sabemos cómo pronunciaban las palabras, ni hay registros del timbre de las voces, los matices, el color… antes de esa fecha podríamos haber transcrito la charla que ahora estamos manteniendo, e incluso leerla a posteriori, pero nada más. Se perderían cosas. Detalles importantes.

—¿Qué detalles?

—Su tono, por ejemplo, el de usted. Creo que contradice sus propias palabras. Denota cierta culpa en lo que dice, pero no en cómo lo dice.

—¿Ah sí? A ver, explíquese.

—Si leyera lo que acaba de decir, compraría su discurso. Sus palabras parecen convincentes. Pero el tono empleado demuestra algo distinto.

—¿El qué?

—Su necesidad de contarme que vive de puta madre.

—Bueno, es su opinión.

—Exacto. La escucha permite una subjetividad que transciende al mensaje de las palabras.

—¿Es usted filósofo o algo así?

—No. Soy taxista. Y acabamos de llegar a su destino.

—Ok. ¿Qué el debo?

—¿Objetivamente?, 16,55 euros.

—Jajaja. ¿Y subjetivamente?

—Muchísimo más.