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30 Dic 2021
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Retrato costumbrista (con vaso de whisky al fondo)

Como azar rima con bar, estoy en uno. Los presentes se hacen llamar parroquianos porque no hay fe más poderosa que el placebo curativo de una barra y un whiskito. Y al otro lado, la diosa. Valentina es su nombre.

Valentina es colombiana (treinta y cinco, ropa prieta, tez curtida; sabe latín). Viendo cómo maneja a los cinco hombres solos que ahora custodian la barra, juraría que es también doctorada Cum laude en psicología. Yo ahora soy el sexto. Pido un jotabé cortito sólo por integrarme en el club. Valentina me sirve con un giro de muñeca más preciso que el de Rafa Nadal. Lo hace sin mirar a la copa: me mira a mí.

—¿Nuevo por acá? —me pregunta.

Es un bar de barrio. Aquí todos se conocen.

—Soy nuevo en general. Nací ayer —respondo.

—Lo celebro —me dice sonriendo. Acto seguido me da la espalda y vuelve a sus cosas.

Valentina ya tiene lo que quiere. Es fantástica. Le bastó un par de frases para enganchar al nuevo. Se nota que domina las necesidades del parroquiano medio: apenas un poco de atención, de esperanza, para creerte presente entre tanta hostilidad.

Los cinco hablan entre ellos.

—El huertito que tengo en Alboraia… estoy pensando en hacerme un chalé —dice el de mi izquierda.

—Dudo que puedas. Primero habría que recalificar el suelo —dice el licenciado del fondo.

—Mi cuñado trabaja en el registro. Si quieres hablo con él, ya sabes, de tapadillo… A ver qué se puede hacer —dice el de mi derecha.

Parece un concurso de pechos palomo. Cualquiera diría que no hablan para ellos, sino para impresionar a Valentina.

—Ponme otro cacharro, Valen.

—¿Y el resto? —dice ella.

—Venga, invito a una ronda. Que acabo de cobrar la extra.

—¿Al caballero también? —le pregunta refiriéndose a mí.

—Sólo si se presenta —dice el generoso.

—Daniel. Encantado —digo yo alzando la copa.

La rueda de las rondas ha comenzado. Es un modo encubierto de verte obligado a pagar la siguiente y a charlar con el resto. Los cinco ahora cuentan con un nuevo competidor, pero procuran ser majos. Lanzan dardos verbales directos al vaso del otro. Saben de pandemias, de economía, de fútbol, de política migratoria, de leyes. Manejan el derretir de los hielos como unidad de tiempo.

Aprendo más en una hora que en todo el curso aquel de diálogos de Fuentetaja. Cinco rondas después me despido hasta mañana (procurando mantener la verticalidad).

Y sí, tal vez vuelva. Aunque sólo sea por saber si al final Vicent habló con su cuñado. Y para que Valen me dedique en exclusiva otro par de frases más.

Y porque en ese exacto bar se congrega la cultura de todo un país.

Feliz año.