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13 Nov 2020
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Anglicismo accidental

Reunión a cinco en mi taxi por video llamada. El tipo de mi espalda me pide silencio y evitar, en la medida de lo posible, túneles y zonas de baja cobertura durante el trayecto.

De modo que tengo que inventarme un itinerario alternativo. Habría sido más rápido y directo tomar el túnel de María de Molina, pero el cliente manda. Mientras tanto, por el espejo observo cómo el hombre se atusa el pelo, se arregla el nudo de su corbata y enfoca la cámara del marco de su portátil a su rostro:

—¿Estáis? —oigo que alguien dice por el altavoz del portátil.

Distingo hasta cuatro voces distintas diciendo que sí. Tres hombres (mi usuario entre ellos) y una mujer. El tema a tratar es la implementación de una nueva estrategia de engagement corporativo y marketing directo. Podrían haber dicho «compromiso», pero no: engagement. Se presenta el nuevo product manager, que enumera los puntos a tratar. En todos los puntos aparece al menos un anglicismo. La mujer carraspea y dice:

—De esto puede hablaros largo y tendido José Manuel, que es experto en la materia.

Jose Manuel resulta ser el usuario de mi taxi.

—Bien esto… las medidas de implementación del plan estratégico pasarían por…

De repente el usuario comienza a mover brusco el portátil hasta el punto de darse con la pantalla en la cabeza. Gira el cuerpo y se queda tumbado sobre el asiento.

—¡Mierda! Acabamos de tener un accidente. ¡El taxi se ha salido de la carretera!

Estoy alucinando. En verdad, estamos parados en el semáforo de Avenida de América.

—¿Estás bien? —escucho que le pregunta la mujer.

—Sí, creo que sí. Me di un fuerte golpe en la cabeza, pero creo que sí. Os dejo. Chao.

Y cierra la pantalla del portátil.

Me giro hacia él y le miro con los ojos como platos.

—Disculpa el espectáculo. Me habían dado la palabra, me quedé de repente en blanco y se me ocurrió lo del accidente.

—Ah— dije sorprendido —¿Se encuentra bien? Tiene un corte en la ceja.

El hombre se toca la frente y palpa sangre.

—Joder… ¿es mucho?

—No. Un cortecito de nada. Debió de darse con el filo del portátil. Tome un kleenex.

Kleenex, joder. ¡Qué buen ejemplo! ¿Por qué lo llamamos «kleenex» en lugar de «pañuelo de papel»? Ya lo tengo. Voy a volver a llamarles.

—¿Quiere que vuelque el taxi para darle mayor realismo?

—Ehm, jaja, no. Pero quédese ahí parado y haga como que está llamando a la grúa.

Vuelve a conectar todavía tumbado en el asiento y enseña a la cámara el pañuelo de papel ensangrentado:

Kleenex. ¿Por qué lo llamamos «Kleenex» en lugar de «pañuelo de papel»?

Mientras, yo hago como que llamo a la grúa con la mano en forma de teléfono, hablándole al meñique:

—Sí, mándeme una grúa a la A-2 dirección salida kilómetro…

(A veces este curro no está lo suficientemente bien pagado).