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10 Nov 2020
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Canta por mí

Amanece. Conduzco y escucho música: «La vida que espero y esperaré / a la sombra en el oasis que me inventé /como el sabio en las cumbres del saber / soy alga en el mar de la calma».

Y a veces canto. Es increíble la cantidad de canciones que guardamos en lugares recónditos de la memoria. Aún recuerdo los poemas de Miguel Hernández cantados por Serrat que mi padre me ponía una y otra vez en los viajes en coche a la playa. Y los primeros discos de Sabina. Y canciones de Krahe. Me vienen a la mente letras de hace treinta años, pero no sabría decirte qué cené el viernes pasado. Será porque evocan momentos importantes, quizás. O lugares a donde desearía volver. «Qué le voy a hacer si yo nací en el Mediterráneo», ese estribillo, huele a naranjo, a humedad y a descanso. Extremoduro huele a rabia. La Cabra Mecánica, a Lavapiés. Leonard Cohen a Orfidal. Y a veces, cuando estoy confuso, desubicado, indomable y sin embargo contento, escucho jazz.

Cantar es un mundo aparte que va más allá del mundo de los vivos. Yo canto realmente mal, por eso suelo hacerlo cuando estoy solo, normalmente en mi taxi (sin usuarios, se entiende); berreo, más bien. Las canciones, cuando son cantadas, te pertenecen, las haces tuyas. Cantar es un buen modo de aislarte, o de absorber tus problemas en la letra elegida para soltar lastre a viva voz. Y el ritmo, la cadencia, digamos, es tu propio corazón: te recuerda que estás vivo.

Todo depende, también, de tu estado de ánimo. Hay canciones para cada momento: sosegadas, canallas, tristes, melancólicas (no es lo mismo), rabiosas, despechadas, ansiosas, eufóricas, sedantes, optimistas, energéticas e incluso para ser escuchadas un domingo de lluvia. Quiero pensar que es algo que no se acaba nunca; que la vejez no te impedirá cantar o escuchar la canción precisa cuando realmente lo necesites. No he hablado nunca con ancianos de este asunto; nunca me he atrevido a preguntarles si continúan cantando, o tarareando la típica canción que te viene de repente a la cabeza. Nunca lo he preguntado y tal vez no me atreva a hacerlo por miedo a que me digan que no. Que hace mucho tiempo que no cantan. Uf.