PATROCINADORES
INSTITUCIONES
Junta castilla
jcm

Archiletras

06 Oct 2022
Compartir

Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Amantes (o después)

«Por eso te llamé con número oculto, para que no sospechara tu mujer». Tremenda información en una sola frase. Estirándola, daría para novela.

Aquel audio lo envió una mujer de unos cuarenta años en mi mismo taxi. Llevaba auriculares inalámbricos, así que me fue imposible escuchar la respuesta de su interlocutor. Sólo escuchaba los audios de ella, que mejoraban por momentos. El siguiente fue: «Estoy llegando al curro. Pasaré antes por la farmacia y compraré un Predictor. Crucemos los dedos».

Los audios, pensé, son el nuevo formato conversacional, en apariencia absurdo cuando se intercambian entre dos personas de continuo. ¿Por qué no se llama por teléfono, evitando el retardo? Aunque, tal vez, en ese preciso retardo existiera un motivo en sí mismo. Puedes fingir estar lo suficientemente ocupado como para no poder contestar en estricto tiempo real, lo cual te permite pensar con tranquilidad tu respuesta. Los nuevos modos de comunicación a menudo se basan en trampas lingüísticas que benefician a quien los usa. Escuchas el audio. Piensas. Y hablas tú y sólo tú (sin interrupciones) mientras el otro observa en la pantalla «Grabando audio…». Apenas son unos segundos de distancia que, sin embargo, protegen y evitan la improvisación.

La mujer, por lo que pude deducir, ejercía de amante de un hombre casado. Y a su vez sospechaba estar embarazada de él. Pero aún había más: eran compañeros de trabajo en una conocida cadena de restaurantes de comida rápida. Los tres. Marido, mujer y amante. Y ella, la usuaria de mi taxi, ejercía de jefa de los otros dos. La trama, en fin, podría dar para una excelente trilogía.

Al dejarla en su destino, sonreí. Justo en frente de la farmacia había un restaurante de una conocida cadena de comida rápida. El restaurante donde trabajaban los tres.

Serían las doce y pico. Un par de horas después escribí un mensaje a mi mujer:

«No me esperes para comer. Ya te contaré ;)».

Y, por supuesto, acudí al restaurante (en el taxi siempre voy con mascarilla, pero entré en el local sin ella pensando que la mujer no me reconocería ahora con la cara descubierta). Pedí un menú de aspecto horrible, y me senté mirando hacia el obrador como quien acude a una sala de cine pero con patatas fritas en lugar de palomitas.

Por lo demás, y solamente a través del lenguaje gestual (las miradas, los gestos) no me fue difícil descubrir quién era quién. Y tampoco el resultado del Predictor.