PATROCINADORES
INSTITUCIONES
Junta castilla
jcm

Archiletras

29 Sep 2022
Compartir

Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Me siento sucio

Paloma lo había dejado con su pareja. Lo dijo así: «Lo hemos dejado hace dos días». Hemos. En plural. De mutuo acuerdo, deduje.

Sin embargo, sus palabras rezumaban cierto síndrome de abstinencia (con la voz entrecortada, aún con dudas, como quien deja de fumar y de repente flojean las fuerzas). Quiero decir que todavía se encontraba en esa tierra de nadie, en esa fina línea que separa echar de menos y echar de más, quitarse un peso de encima o sentir un peso extra en su conciencia. Ahora viajaba sola en mi taxi, cuando antes era recurrente viajar con él, comentando las vistas o peor: haciendo planes. ¿Cuántos deseos se planean y luego se diluyen o no salen? ¿cuántas ilusiones truncadas podrá soportar una mujer en edad fértil? (los hombres, por motivos biológicos, no podemos entrar en esta duda). Ahora tocaba, supongo, reafirmar su decisión y desprogramar la inercia. Empezar a pensar en sí misma como una unidad. Lo peor, supongo, es desaprenderse. Salir del trabajo y no mandarle un Whatsapp, o reinventar nuevos planes para el fin de semana. ¿Peli y manta? Aún hace buen tiempo. Apetece salir a la calle pero, ¿con quién?

—Estamos llegando, ¿hace un café y me sigues contando? —Le dije. —Si te sirve de algo, tengo un máster en decepciones —mentí.

—Ay, no sé… no lo veo conveniente. Es pronto.

—Son las once de la mañana.

—No, me refiero a que…

—Ya. Descuida. No voy a ligar contigo. No soy tu tipo.

Esto último se me ocurrió sobre la marcha. Si hubiera dicho «No eres mi tipo», se habría sentido ofendida. Pero al darle la vuelta conseguí lo inverso: atraer su confianza. Y funcionó.

—Bueno, vale. De acuerdo —me dijo.

Y par de calles más allá de su destino, lejos de ojos conocidos, aparqué el taxi y tomamos asiento en una terraza con vistas a una casa derruida. Lo que ella no sabía es que mis motivos eran otros: escribir sobre ella. Nutrirme de su exacta sensación para volcarlo aquí. Hace muchos, muchos años que no estoy en su liga: mi vida sentimental carece de altibajos. Estoy casado y enamorado de mi mujer, fin de la historia.

—Me llamo Paloma, por cierto —dijo después de pedir un café cortado y sacarina.

—Daniel, un placer — dije yo.

Y me siguió contando. Y yo le seguí preguntando. Y luego nos despedimos con dos besos.

—Bueno, Paloma. Ahora toca volar libre.

Y nos marchamos cada uno por su lado. Sin darnos los teléfonos y apelando, solamente, al azar de las calles.

El caso es que ahora, mientras escribo esto, me siento sucio.