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09 Jul 2019
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

El lenguaje de las formas de pago

En mi taxi, cada forma de pago esconde un lenguaje en sí mismo.

Hoy puedes pagar la carrera en efectivo, vía app, o bien con tarjeta y sus múltiples derivados (tarjetas contactless, acercando el móvil o incluso el reloj inteligente al datáfono, PayPal, etc). Y cada caso incluye una serie de normas no escritas que siempre, o casi siempre, se cumplen.

Resulta curioso que el uso del dinero en efectivo esté ligado al tacto. Cada vez que el usuario entrega un billete o monedas al taxista, es común tocarle los dedos con la palma. Seguimos, por tanto, asociando el dinero físico a una suerte de trueque tradicional, algo equivalente a darse la mano, y tal vez por eso vinculemos el cash con el contacto piel con piel. Un contacto que, dicho sea de paso, se está perdiendo gracias a (o más bien por culpa de) las nuevas tecnologías.

En contraste con esto, quien paga con tarjeta evita siempre rozarse con la mano del taxista. Entrega la tarjeta sosteniéndola por el lado estrecho del rectángulo (o incluso por el vértice) buscando la mayor distancia posible para que el taxista no tenga otra opción que sujetarla por el lado opuesto y el contacto físico se torne imposible.

Pero el uso de las tarjetas contactless (pago por contacto; no es necesario introducirla en la ranura) da un paso más en la distancia. Sigue creciendo el número de usuarios que, al posar la tarjeta sobre el datáfono, lo hace con la tarjeta boca abajo de forma premeditada, es decir, evitando que el taxista pudiera leer el nombre del usuario impreso en el plástico.

De modo que, en un periodo relativamente corto de tiempo, hemos pasado de tocar con los dedos al taxista para pagarle, a entregarle una tarjeta enseñando el DNI (sin contacto físico), y de ahí a voltear la tarjeta para evitar que el taxista conozca siquiera el nombre del usuario.

Sumémosle a esto la involución del habla en todo el proceso. Del tradicional «Son 4,80. Tome 5 y quédese con el cambio») a la silenciosa transacción electrónica sin mediar palabra y que, curiosamente, aniquiló también la cultura del redondeo y el concepto propina.

En fin, barrunto silencio y tiempos fríos.