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30 Abr 2019
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

El lenguaje de la calle

Leo «Cursos de inglés», leo «Carne 100% vacuno», leo «Cubo 5 cervezas 6€», leo «Barber shop», leo «Art tatoo», leo «Tarot, Quiromancia 1ª planta».

Leo «Cursos piloto de drones», leo «Caña y pincho de tortilla 2€», leo «Smoothies», leo «Las mejores paellas valencianas en Madrid», leo «2×1 champú anticaspa», leo «Frutas, verduras y más», leo «Ojo escalón».  

Las calles esconden una narrativa realmente inquietante. Carteles, anuncios, avisos. Son auténticas crónicas de actualidad. Hace apenas diez años muchos de esos carteles no tenían cabida. ¿Drones? ¿Smoothies? Incluso podríamos llegar a construir tramas a partir de esos carteles: en cierto modo, somos los anuncios que vemos. Somos esa nueva tienda de productos macrobióticos, somos el comercio de reparación de móviles de la esquina. Y actuamos en función del paisaje que nos rodea. Hay gente haciendo cola en un local de tazones de cereales y son las siete de la tarde, dios santo.  He visto palomitas de maíz Premium con sabor a beicon. Ahora los gimnasios muestran enormes cristaleras con tipos y tipas corriendo en cintas sinfín mirando hacia la calle (el anuncio es él. Y ella. Es como un zoo). Mi taxi, sin embargo, sigue siendo un taxi desde hace más de 100 años. Aunque ahora también se le llame taxista al conductor de Uber (a pesar de no hacer uso de un aparato taxímetro). Y las magdalenas son cupcakes, etc. Las grandes corporaciones han conseguido moldear el significado de las palabras a su antojo. 

Y yo SOY las calles que transito libremente. ¿Libremente?

SOY libre de emplear el lenguaje que yo quiera. ¿Dije libre?