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26 Abr 2019
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

No mires a los ojos de la gente

(Si eres de los que se creen a pies juntillas las letras de las canciones, no leas esto).

Las listas de reproducción que escucho en mi taxi no atienden a ningún patrón emocional, sino todo lo contrario. Hay quietud, tristeza, ansiedad, rabia, cantos a la vida, historias de amor con final feliz, desamores que acaban fatal, canciones insultantemente cursis, etc. En resumen, un auténtico carrusel de emociones que encaja a la perfección con el concepto bipolar que tengo de Madrid.  

El caso es que iba yo con mi taxi libre por la calle Fuencarral, llovía a mares, y después del Voglio Vederti Danzare de Franco Battiato comenzó a sonar No Mires A Los Ojos De La Gente de Golpes Bajos, y en esto me detuve porque había un camión demasiado grande tratando de girar por la calle Colón y, ahí parado, abrió la puerta trasera una mujer empapada hasta los huesos (llevaba su abrigo cubriéndole de la cabeza, a lo Bela Lugosi), y al entrar se descubrió el cabello y soltó el típico «Buff, vaya forma de llover», y después añadió el típico «Lo siento, voy muy cerca, pero con esta lluvia…» y yo solté el típico «No hay problema», y ella «A Barquillo con Gran Vía, por favor», y accioné el taxímetro justo cuando Germán Coppini cantaba «No salgas a la calle cuando hay gente».

Yo, por mi parte, hice mía la estrofa que da título al tema «No mires a los ojos de la gente» y evité cruzar mis ojos con los de aquella mujer a través del espejo retrovisor. Giré por Hortaleza, tomé Gravina a la derecha y, entre tanto, ella empezó a tararear en silencio, moviendo sus labios (dije que evité su mirada, pero nada dije de su boca). De hecho, me fijé en una pequeña gota de lluvia amarrada entre el labio superior y la nariz; un labio superior cuyo epicentro parecía una M estirada, y la gota hacía las veces de tilde de esa M en uno de esos lenguajes que, a tenor de aquella imagen, daría mi vida por aprender.  

Pero llegamos en seguida a su destino y, cuando se dispuso a pagarme, sonó justo el tramo «Quédate a mi lado / No te marches más», y ella continuó tarareando.

Pero todo en su boca era mentira: la mujer de la tilde de lluvia en la M del labio, en fin, se marchó.