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03 Abr 2019
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Telarañas lingüísticas

Me asombra la capacidad que algunos tienen de colarte “su tema” en cualquier conversación. Te van llevando al terreno que ellos quieren con sutil maestría, casi imperceptiblemente, hasta que al fin monopolizan la charla y acaban soltándote lo que sea que necesiten decir.

Es difícil, casi imposible, escapar de semejante telaraña lingüística, máxime cuando eres taxista y es la propia “araña” quien inicia la conversación a través de temas recurrentes o lugares comunes. Léase, por ejemplo, la charla real que mantuve hace un par de días con una mujer de unos setenta años:

—Cómo ha cambiado el tiempo, qué barbaridad —comenzó ella.

—Sí. Se nubló de repente. A ver si llueve—dije yo.

—Dios le oiga, hijo. Falta nos hace, aunque sólo sirva para limpiar el ambiente.

—Vendría muy bien.

—Ay la contaminación, dios mío de mi vida… fíjese que mi marido, que en paz descanse, sufría de los pulmones y todos estos humos que flotan en el aire le venían horrible y apenas salía de casa.

—Claro…

—…y yo siempre estaba pendiente del hombre del tiempo, ¿sabe usted?, porque antes eran siempre hombres los que decían el tiempo en la tele, ahora también hay mujeres, ha cambiado mucho todo, y era siempre una alegría cuando anunciaban lluvias porque a mi Manolo le iba muy bien que lloviera y se limpiara el ambiente, fíjese, más aun viviendo donde vivimos, justo ahí donde acaba de recogerme, en pleno centro, donde se concentra toda la contaminación, y recuerdo que cuando escampaba salíamos a dar una vueltecita, una vuelta corta porque mi Manolo también estaba operado de la cadera y tenía que andar con cuidado, mire usted, y aprovechábamos para ir al centro de mayores que está justo a la vuelta y echábamos allí el rato. Pero cuando no llovía en muchos días él se quedaba en casa y yo salía lo justito a hacer recados y ahí, al mercado de Chamberí. Luego cayó enfermo y, fíjese. Casi dos semanas en el hospital, dos operaciones, fatal el pobre. Y al final, pues ya ve usted, no se pudo hacer nada. Me dejó muy sola. Mucho. Pero bueno, es ley de vida, hijo. Ahora salgo más, eso sí, para entretenerme, porque a veces la casa se me echa encima y tengo una hermana allá donde vamos ahora y pasamos la tarde jugando a las cartas.

Nota: Su tema central, aquel que abordó conmigo y seguramente aborde con todos los demás taxistas, es la soledad motivada por la muerte de su marido. Y hará los malabares verbales que hagan falta hasta conseguir hablar de ello porque realmente necesita soltar lastre y desanudar, de vez en cuando, el nudo de soledad de su garganta. El taxi, en este caso, o incluso hablar del tiempo, apenas son medios para alcanzar su fin. Otros, sin embargo, emplean la misma estrategia, pero no por motivos loables o incluso necesarios como éste, sino para dárselas de algo; normalmente para alardear de posesiones o dineros (los más), o de cultura general (los menos).