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29 Mar 2019
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Shakespeare y el Trap

Me pregunto cuántas charlas dignas de ser contadas se habrá perdido mi taxi por culpa de los teléfonos móviles.

La imagen recurrente de mi espejo retrovisor es un señor o una señora en silencio, con la cabeza agachada y el rostro iluminado por la proyección lumínica de su smartphone. Resulta especialmente cruel cuando aprovechan el trayecto para ver videos virales de esos que te envían por WhatsApp y, de repente, rompiendo el silencio en mil pedazos, comienzan a sonar fragmentos de reggaetón o de Trap, dios santo, como aderezo auditivo al video en cuestión. Y aunque la música resulte prescindible en estos casos y compartan conmigo un mismo habitáculo realmente pequeño, no hacen nada por bajar el volumen. No les molesta semejante terrorismo sonoro, ni sienten la más mínima empatía por el taxista ahí presente y su salud mental. Parecen abducidos; aislados en una suerte de ciberburbuja a prueba de inclemencias y frenazos y giros y baches. No se dan cuenta de lo duro que resulta ir conduciendo cuando un tipo ríe a carcajadas en tu espalda, móvil en mano, mientras suena a todo volumen y en bucle Dame tu cucu. Os juro que momentos como éstos no están pagados.

Cada vez que me sucede esto (y me sucede con preocupante frecuencia), no puedo evitar pensar en los métodos de tortura empleados en Guantánamo. Pero también en Shakespeare. En citas de Shakespeare que encajarían a la perfección con lo que intento decir. Su «Ser o no ser», por ejemplo. O esa inquietante analogía entre Macbeth y la música Trap: «Mira que a veces el demonio nos engaña con la verdad, y nos trae la perdición envuelta en dones que parecen inocentes». O esta otra: «El silencio no es una señal de insensibilidad. Truena sólo aquello que está vacío por dentro».