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21 Abr 2023
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Vivir al borde del envés

El lenguaje interior me mata al tiempo que me mantiene con vida. Un detalle: no soy nada tímido sino profundamente introvertido. Porque no es lo mismo. Ni de lejos.

Mientras el tímido siente vergüenza o inseguridad cuando interactúa con los otros (no es mi caso: soy desvergonzado y, en apariencia, sociable), el introvertido tiende a ensimismarse, a estar más tiempo dentro que fuera y, en definitiva, a hablar consigo mismo a la mínima ocasión. Curiosamente, la introspección profunda suele confundirse con la sordera, o al menos en mi caso: no acostumbro a escuchar el inicio de cualquier conversación que surge por sorpresa porque estoy, por defecto, en «modo adentro» y he de salir de mis cosas, de mi mundo, para prestar la atención precisa: «¿Perdón?» suele ser mi palabra más usada, a lo cual el otro me repite su parte y entonces ya sí, ya comienzo a hablar y a escuchar como si nada. Mi entorno más cercano, conocedor de esta, digamos, peculiaridad, suele chasquear los dedos antes de hablar conmigo y es gracias a eso, al chasquido, que vuelvo al mundo de los vivos igual que se despierta de la hipnosis.

También me sucede en mi taxi, y el usuario o usuaria tiende a repetirme la frase y en voz más alta porque presupone que estoy sordo, y algunas veces tiendo yo también a alzar la voz sólo por seguirle el juego y acabamos hablando a gritos y gesticulando mucho a través del retrovisor. Es por eso pero también porque la sensación de ensimismamiento profundo de un conductor genera sensación de peligro a sus ocupantes. Sin embargo soy, me considero, un profesional del taxi capaz de estar profundamente ensimismado y conducir con sobrados reflejos, como en modo automático y a tope de sensores. Y he conseguido llevar una vida normal por fuera al tiempo que mi mundo interior crece exponencialmente.

Porque voy a más.

Y sólo temo que algún día me dé la vuelta como un calcetín y salga a la calle con el envés de mí a la vista de cualquiera. Pero es un temor asumible.

Por lo demás, soy muy feliz.