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16 Ene 2023
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Los aires difíciles

Era una familia mejicana excepto él, español, que tomó asiento en mi taxi a mi lado. De hecho, había vivido media vida en España y por trabajo acabó instalado en el DF y se casó en el DF y tuvieron dos hijos también en el DF.

El hombre estaba entusiasmado con el sol de Valencia y la playa y la paella que habían reservado a orillas del mar. En el trayecto, me habló de su vida en Madrid y de cuánto echaba de menos España «Pero bueno, en todas partes hay cosas buenas; también en el DF» añadió esperando que su mujer lo escuchara. Mientras tanto los niños de 6 y 8 años miraban por sus ventanillas como quien mira reels en Instagram: sin especial asombro, pero enganchados. «Yo prefiero Mexico», dijo el más mayor. «España es linda aunque Mexico también», añadió la madre. Había un baile de acentos que saltaba de uno a otro: los nativos del DF hablaban un mejicano suavizado al tiempo que el padre español se notaba de aquí aunque intercalara expresiones latinas.

En cualquiera de los casos, lo que llamó mi atención vino después. Yo les había contado lo pleno y feliz que me sentía aquí, lo bien que se vive y lo fácil que hace apenas un año me resultó adaptarme a Valencia (él asentía en silencio). Y al llegar a su destino, bajaron del taxi los tres del asiento trasero: «Bajaros, yo me quedo pagando», y cuando ya estaban mujer e hijos a prudencial distancia, el tipo se confesó:

—Yo me quiero quedar. En serio, quiero vivir aquí. Pero mi mujer no querría ni en mil vidas.

—Difícil decisión.

—Quiero venir.  Y estoy dispuesto a hacerlo. Dame tu teléfono.

Le tendí una tarjeta.

—Toma. Te doy la mía.

El hombre abrió su cartera y sacó su tarjeta de visita.

(Su nombre era Sergio. Director de cuentas de una compañía exportadora).

—Bueno, bien. Pues nada… mucha suerte —le dije.

—Llámame. O escríbeme al mail. Por favor.

Ahora le noté desesperado. Quería, tal vez, hacerme cómplice de su huida. ¿Sería capaz de dejar a su mujer y a sus dos hijos sólo por el simple placer de volver a España, o había algo más?

El caso es que, al llegar a casa, le escribí un mail no tanto por querer romper sus vínculos como por querer saber más de su historia. Puede haber un buen relato aquí. Tal vez, incluso, una novela.

Por el momento, sigo esperando su respuesta.

(PD. El título es un guiño a la fantástica novela de Almudena Grandes).