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09 Ene 2023
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Bajo los (d)efectos de las drogas

Algunas personas se vuelven realmente encantadoras bajo los efectos de determinadas sustancias, alcohol incluso, y otras justo todo lo contrario. Pero es fascinante cómo cambia el habla en ambos casos.

No es apología, no es nada. Hablo de hechos: los usuarios que viajan drogados en mi taxi suelen tensarme porque en la mayoría de los casos no son dueños de sí. No hablan ellos, sino que hablan capas subterráneas de ellos aún por explorar. Son imprevisibles, quiero decir. Y aunque esto pueda tener su lado divertido, asusta bastante enfrentarte a un individuo que actúa sin frenos, y no es capaz de sopesar las consecuencias de sus actos. Normalmente hablan más y más deprisa, a veces atropellados por la avalancha de palabras que les ronda la cabeza. Van sobrados de vida, aunque a la postre resulte una vida ciertamente artificial (tampoco les importa). Buscan el máximo disfrute por la vía rápida y, aunque es cierto que sus sentidos se potencian, todo cuanto perciben no tiene un efecto igualmente chulo en los demás, sino todo lo contrario. Te sientes desplazado por no estar en su onda, y aunque finjas entender su postura endiosada como a quince palmos del suelo, no estás ni estarás nunca a su altura.

Obviamente sólo aquel que se ha drogado con distintas sustancias  puede meterse en su pellejo. Yo les miro y sé muy bien cómo tratarlos. Por norma, la mejor opción es dejarles hablar y añadir de vez en cuando interjecciones: «¡hala!» «¿en serio?», «¡guau». Ya sólo con eso te convertirás en su mejor amigo, al menos en lo que dure el trayecto. Esto les llevará a hacerte partícipe de su cuelgue «Venga, aparca el taxi y tómate una; yo invito», pero lo harán para diluir su culpa. Nada le jode más a un drogado que alguien sobrio a su lado que actúe como un espejo de realidad, y por tanto su máximo triunfo será llevarte a su terreno. Si no me crees acude a un bar cualquiera, acódate en la barra y observa cómo se comportan los borrachos entre ellos: cómo retroalimentan su falta de control invitando a la penúltima el uno al otro y/o dejándose invitar.

Y filosofan. Tienen clarísimo cuál es el sentido de la vida y cómo exprimirla. Un sentido que dura, exactamente, hasta que se quedan sin dinero. No suele darse este extremo en un taxi: cuando viajan en taxi aún van sobrados de pasta y sacan su fajo y te dan propina. Aunque ese fajo sea su sueldo del mes (hay cierta lógica autodestructiva en esto: no es que el mañana no exista; es que evitan adrede el mañana porque saben que será horrible).

En resumen, me fascinan y asustan a partes iguales. Como la vida misma.