PATROCINADORES
INSTITUCIONES
Junta castilla
jcm

Archiletras

30 Dic 2022
Compartir

Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Y viceversa

Pienso en la pareja que ahora viaja en mi taxi más allá de lo físico: en su vida interior. En sus costumbres. Aficiones. Me gustan los dos, quedan bien en la foto, pero intuyo entre ellos un vacío insoportable.

Treinta y muchos. Por lo que dicen, tienen un hijo de nombre Pablo y hablan de él como quien habla de un electrodoméstico. Revisiones. Pasó la última hace seis meses, y ya toca otra. Los dientes, la próxima vacuna, el logopeda. Creo sinceramente que necesitan a gritos un Excel. Por la hora —las nueve de la noche— y el destino —un restaurante del centro—, irán a cenar a un restaurante del centro. El niño, intuyo, se quedó con los abuelos.

Su configuración por defecto les empuja a hablar del niño, y esta es su forma de entender el amor en pack de tres. Necesitan darse a entender que se preocupan por él por igual y que cuidan de él por igual. Y cuando apenas hay nada que añadir, hablan del trabajo. Del trabajo de él y del trabajo de ella. (Él trabaja en una oficina y ella también; no consigo descubrir a qué se dedican exactamente).

Pero luego, cuando bajen del taxi y ocupen la mesa que tenían reservada, pedirán algo rico, distinto, con vino. Y el vino les aflojará la lengua y recordarán, supongo, aquellos primeros años de noviazgo y un resumen de todo cuanto les llevó hasta aquí. Su primer pisito de alquiler, aquel Peugeot con cinta adhesiva en el espejo, su hipoteca a treinta años, un concierto de Muse en Madrid y de nuevo el niño, el parto, sus primeros años. Y construyendo verbalmente ambas vidas tal vez él, o tal vez ella, comenzará a sentirse atrapado o atrapada en una vida basada en la inercia: saben, los dos, que estarán por siempre juntos porque es lo fácil (se amoldaron bien; el día a día es cómodo y hay momentos, digamos, felices), y están bien porque les tranquiliza caminar por una misma senda sin desvíos, ni apenas imprevistos.

Porque no es lo mismo hablar que pensar, y decir lo que que hay que decir para no herir ni molestar al otro está chupado, llevan años haciéndolo (y en eso se basa el respeto) pero nunca, ninguno de los dos, podría soportar lo que realmente piensa el otro (ni siquiera ellos mismos se pueden permitir pensarlo). Intuyen, siempre han intuido, que algo falla, pero no saben (ni quieren saber) el qué.

Y al terminar la cena tomarán de vuelta a casa un taxi que no es el mío y yo me sentiré desplazado, celoso, abandonado por ellos. Y al llegar al portal subirán en silencio, y ella irá directa al baño para desmaquillarse y él la esperará en la cama de ambos en pose de ataque sabiendo, los dos, que hoy no está el niño y que tomaron vino y que, por tanto, hoy, ahora, toca hacer el amor del mismo modo que el resto de las veces. Y lo harán. Y todo irá según lo previsto. Porque ella cree saber todo lo que a él le gusta y viceversa.