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22 Dic 2022
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Pdoblemaz con el habla

Estoy en mi taxi con la boca dormida. Anestesiada. Acabo de salir del dentista. Una boca que ahora no es mía. Tampoco las palabras que intenta proyectar.

Siento la lengua pero no el labio inferior, que está suave y tierno. Es como lamer un labio ajeno (de hecho, noto una extraña excitación). Sube alguien.

—Buenas tardes.

—Buenaz tadez.

—Siga recto por ahí. Yo le indico.

—De acueddo.

La mujer, que por edad podría ser mi madre, se ha percatado de mis dificultades en el habla. Lo sé porque ahora me mira con ojos tiernos, como haciéndose cargo. Podría contarle la verdad: que justo vengo del dentista y que no puedo hablar correctamente. Pero prefiero no hacerlo, prefiero dejar correr la situación, a ver qué pasa.

—Mucho tráfico, ¿no? —vuelve ella.

—Zí. Entdre el fúdbol y laz compraz de nadidad…

—Claro, claro.

Me observa a través del espejo. Sin duda piensa que mis taras en el habla no son temporales, sino que simplemente soy así. Que tengo esta merma, lo cual descartaría el desempeño de muchos otros trabajos (en un taxi no es obligatorio hablar, y lo básico se entiende).

Creo que la mujer siente lástima por mí. Una lástima casi maternal, hasta el punto de creerme su hijo dependiente. Fantaseo creyendo que el habitáculo de este taxi es una placenta y que yo estoy dentro, flotando en líquido amniótico mientras manejo un volante de juguete.

Qué importante es el labio inferior, estoy pensando. Qué importante es que todo el cuerpo (hasta el más mínimo músculo) funcione como debe.

Al llegar a su destino la mujer me dice:

—Bueno… que le sea leve. Tome. Quédese con el cambio.

Dos euros con treinta de propina.

Continúo trabajando y con el siguiente usuario (un tipo que podría ser mi hermano) me sucede algo similar. Y uno con cincuenta de propina.

Pasan las horas y la anestesia se disuelve, pero no quiero. Continúo hablando mal adrede para forzar esa misma situación. Al finalizar el día, hago cuentas: doce euros con treinta de propina.

Qué badbadidad, pienso.