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20 Ene 2023
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

La felicidad está en los reels

La gente quiere ser feliz pero no lo verbaliza. De ahí su enganche a los teléfonos móviles: te dicen cómo ser feliz o qué plenitud lograrás alcanzar a poco que eches un vistazo.

La gente reproduce vídeos aleatorios en cualquier rato libre y lugar, también en mi taxi. Ya no importa quién pueda escuchar sus reels o a qué volumen: prima más la urgencia por descubrir consejos para lograr una vida exitosa, o consejos para pulir la encimera de la cocina, o consejos para calmar el ansia de su mascota, o aquello que el logaritmo decida. En cualquier caso, lo importante no es tanto el mensaje como la iluminación y los filtros: esos rostros tallados en mármol, miradas límpidas directas a ti y sólo a ti, ese fondo ordenado. Y si no interesa el video en cuestión, la gente pasa al siguiente, y yo me quedo con las ganas de saber de oídas cómo se cuelga un cuadro sin taladros, o qué hacer para rentabilizar al máximo los ahorros de toda mi vida. Me asombra a este respecto cuán esquivo es el tiempo que me merece cada vídeo: apenas cinco generosos segundos para discernir si vale o no la pena mantenerlo hasta el final.

Por no hablar de los bailes. Imagino que son bailes de tiktokers por la música que escupen sus dispositivos desde el asiento trasero de mi taxi. O cabriolas, golpes tontos, skaters, rollers, algo llamado parkour, o simplemente consejos sobreimpresos en pantalla. (Inciso: el éxito viral de todos esos videos de golpes tontos se debe al placer comparativo de saber que hay gente más tonta que tú). Cuando suenan fragmentos musicales imagino quién y cómo baila mientras conduzco en silencio, resignado. Imagino qué puede ofrecer el video para que el/la/los usuarios desatiendan los detalles de la calle, la vida real, para sumergirse en su visionado. Algunos incluso se hunden en su asiento tomando el móvil con ambas manos como si de un polluelo herido se tratara. Toman la pose del sofá de su casa porque es un momento íntimo, en total comunión consigo mismos.

Vivimos, tal vez, en el periodo más ensimismado de la historia y yo me alegro. Porque yo ya era ensimismando desde mucho antes del nacimiento de Instagram, y ahora me siento igualmente solo pero más acompañado de otros solos. Un mismo sentimiento de hermetismo autocomplaciente. Como en la sala de espera de Urgencias.