PATROCINADORES
INSTITUCIONES
Junta castilla
jcm

Archiletras

09 Dic 2022
Compartir

Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Un canto al anonimato

Mi objetivo de ayer fue pasar el día en modo zen, transformando en moléculas las palabras que emitía la gente de mi entorno. Diez horas duró el periplo. Sala de urgencias de un hospital.

Y fue posible. Yo arrastraba una dolencia estomacal que me impedía ser feliz y conducir un taxi, así que acabé con mis huesos en una sala de espera atestada de gente. Es horrible, supongo, luchar contra el sistema máxime si estás malito, aguantar interminables horas en un hospital ya de por sí sobresaturado (como todos en este a veces terco país) al tiempo que breas con pacientes enfermos de verdad, caras desencajadas, camillas, goteros y humanidad en crudo. Por eso quise y pude desconectar del entorno y adentrarme en la sala de la sala, más adentro pero con un ojo puesto en el monitor de llamadas, hasta el punto de lograr deconstruir las horas y las charlas y las quejas, sintiéndome cerca pero lejos (empático y extranjero), asido a mi gotero como un náufrago que dibuja sendos ojos a un coco. Es posible, como digo, y altamente recomendable para la salud mental de uno, estar jodido y entender el malestar en clave de viaje temporal fallido (mañana estaré bien; querré escribir, querré interactuar en mi taxi; lo de hoy, lo de ayer y antes de ayer son, fueron, días en blanco. No pasa nada por darse un descanso de la vida. No comando ningún país, ni de mí depende nadie que precise de mi entera atención: ya se arreglarán. Podrán arreglárselas por unos días. La vida sigue y seguirá con o sin mí y es sano entenderlo).

Es bueno, quiero decir, saber que no eres nadie por unos días. Buscar no tener jefes ni dependencias ni followers llamando al 112 si no tuiteas. La cultura de la inmediatez y del “tener que estar” parece que obliga a dar explicaciones cuando no te implicas al 200% o bajas el ritmo. Implica una presión brutal completamente innecesaria y no tenerla se agradece en momentos como este, que puedes desconectar por salud sin dar explicaciones y luego darlas, o no, si te apetece.

Lo sé, lo digo, porque yo antes no podía hacerlo. Pasé una temporada (larga) con excesiva difusión y compromisos (tres programas de radio semanales, artículos diarios, tele, promociones, fans buscando mi taxi por todo Madrid), y aunque pudiera parecer estimulante e incluso divertido, lo cierto es que no quería esto sino ser nadie y seguir, como siempre, escribiendo más por necesidad que por buscar ningún foco. Y ese fue el motivo que me llevó a bajar el ritmo de mi nombre y comenzar a escribir bajo distintos pseudónimos. Salvaguardando mi privacidad. Vendiendo mucho (ahora produzco y vendo más que antes, incluso). Y pudiéndome permitir estar malito y que nadie me venga a irritar el píloro.

Este es, por tanto, un canto al anonimato y al amor de los tuyos (de los que realmente te quieren y no te adoran como un ente abstracto). Basta ya de tanta exposición y vive. Y enferma cuando toque. Y desconecta sin verte obligado a dar explicaciones. La libertad, en fin, es solo eso. Y nada más.