La extraña historia de Claudia y Bruno
Claudia, nombre inventado, no sabía discernir ficción de realidad; y en esa fina línea se mantuvo desde aquellos inviernos de su infancia hasta hoy, con treinta y seis primaveras.
Para Claudia mi taxi era una máquina del tiempo. En el GPS nos desplazamos de Puente de Vallecas a la Glorieta de Bilbao, pero en su cabeza aquel fue otro tipo de viaje: del presente, al 15 de mayo de 2013, cuando rompió con su ex. Hoy, por fin, habían quedado para tomar un café y recordar viejos tiempos.
—Bruno (nombre inventado) al final se decantó por llevar una vida real. Se casó con una mujer real, tiene dos hijos reales y es feliz. Yo, sin embargo, decidí solapar romances de mentira, pero también soy feliz. Al final conseguimos el mismo objetivo, ¿no cree? —me dijo mientras subíamos por la Avenida Ciudad de Barcelona.
Claudia no entendía lo semáforos. No entendía el tráfico y creía que el taxímetro era un aparato similar al del Delorean en Regreso Al Futuro. Escuchándola, llegué a sentirme Doc por un momento.
—Quiero saber qué siento por él cuando estemos cara a cara tantos años después. No pretendo cambiarle, y espero que él a mí tampoco. En su día decidimos tomar caminos distintos, y debemos asumirlo y respetarlo.
—Me parece estupendo —dije.
—Pero me extraña que no haya querido decirle a su mujer que hemos quedado.
—Querrá jugar a la ficción por un momento —me atreví a decir.
Llegamos a su destino real y, antes de bajarse, me pagó con un billete de 20.
—Quédese con el cambio —me dijo.
—Gracias y suerte. —añadí yo.
Y al doblar la esquina me dio por pensar que nada de esto había sucedido. Que Claudia y Bruno habían sido fruto de mi imaginación. De hecho, al llegar a casa y vaciarme los bolsillos, el billete de 20 no estaba.
—Qué raro —le dije a Sandra, mi mujer (nombre inventado).