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07 Abr 2021
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Arrebato

Mi vida es escribir y poco más. Puedo tener un día horrible, pero me basta idear una sola frase genial o un párrafo aceptable para voltearme el ánimo y sentirme feliz.

Ayer mantuve una charla asombrosa con un hombre en mi taxi, y al rato ya estaba en la terraza de un bar dándole a la tecla. No escribí acerca de aquel encuentro; sólo fue la chispa que incendió mis ganas de volcarme en cuerpo y alma a la escritura. A veces apenas basta un sutil detalle, o una mirada, o un gesto, o una simple palabra (o un sonido) para que el cerebro te haga click y te lances a bomba en la literatura.

Me siento libre de escribir cuando y donde quiera, quiero decir. No tengo jefes, ni horarios, y el dinero me importa un carajo. Detesto a la gente que vive por y para el vil metal y es tal su obsesión que no son capaces de pensar en otra cosa. A la vida hay que pedirle salud, ganas e ideas frescas. Y regarte el alma con un puñado de buenas canciones y una pila de libros en tu mesilla de noche. Y disfrutar del embrujo de otra gente. De sus secretos. De su experiencia. De sus giros. De sus dolores. La existencia es mucho más que un Mercedes CLC a juego con tu ático de Valdebebas. Dime qué aportas al mundo (más allá de a ti mismo y a los tuyos) y te diré quién eres. Crear, disfrutar, compartir, aprender: esa es la esencia. Ser mejor cada día: asombrarte de lo que tu propia cabeza es capaz de hacer. Dar un paso más en cualquiera que sea el lugar que ocupas en este basto mundo (la «b» no es casual).

La mayor tristeza que conozco es un cursor parpadeando en la pantalla durante más de diez segundos. La furia merece abrirse paso y si hay trabas, hay que matarlas. Estoy pensando en voz alta para ti (y para mí). Escribiendo en un bar Pepe cualquiera. Hoy toca Vicálvaro. Mañana, ni idea.

Trabajo poco el taxi, cada vez menos. Y escribo mucho, cada vez más. Me considero un enfermo, pero hay enfermedades peores: las degenerativas, generalmente. Mi obsesión por la escritura es una enfermedad regenerativa, o al menos eso es lo que intento creer. Y me hace profundamente feliz. ¿Acaso la cosa no consiste en eso?