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19 Ene 2021
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Pasado, presente y yo qué sé

«Cumpla usted cincuenta y cinco y me lo cuenta», me dijo un hombre de cincuenta y cinco años. «Note la rutina arañándole la piel: tres décadas casado, hijos mayores y el mismo sofá con la forma de tu culo».

El tipo estaba desatado. Sólo le había dicho, de pasada, que yo era feliz en mi matrimonio. «Usted es joven. Demasiado joven, maldita sea. Aún es nuevo en todo. ¿Cuántas lavadoras ha puesto en su vida? ¿Cuántos platos ha fregado? ¿Suele dedicarse usted a las labores domésticas, su mujer, o ambos? Todo ha cambiado en muy poco tiempo. Y hemos sido testigos directos, escuche: en la generación de nuestros padres normalmente era el varón quien trabajaba y ella estaba en casa, haciendo sus labores y criando a los hijos. Había una simbiosis susceptible de durar toda la vida. El hombre necesitaba a la mujer y la mujer necesitaba al hombre. Sin embargo, ahora todo es distinto. Trabajamos los dos,y, al llegar a casa, seguimos trabajando los dos. Hay independencia en cierto modo. Nadie necesita realmente a nadie tal y como sucedía antes. Y esto genera rutinas que son como un bostezo universal, un bucle insoportable del que no puedes salir. Trabaja, haz la casa, come, cena, duerme. Y al día siguiente lo mismo».

Al bajarse aquel hombre de mi taxi, olvidé parar la grabadora que llevo siempre escondida en mi asiento y también grabó a una chica, que montó poco después. Hablaba por teléfono:

«Ansia viva, tía. Estoy a tope. Quiero hacerme un tatuaje que refleje este momento. En la espalda. En el omóplato. Un Carpe diem, pero más sofisticado, no sé. Algo que permanezca para siempre y me sirva de recordatorio y me dé ánimos cuando vengan mal dadas. ¿Cómo es Carpe diem en japonés? Bah, déjalo. Lo buscaré en Google».