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02 Dic 2020
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

El desorden de tu nombre

Ayer mi hija de 6 años tuvo que hacer un deber para el cole de ordenar sílabas para formar palabras relacionadas con distintos dibujos. Sin embargo y, como viene siendo habitual en ella, nada sucedió según lo previsto.

Había, por ejemplo, un dibujo de un payaso y tres sílabas: YA-SO-PA. Aitana debía ordenarlas correctamente y así lo hizo aunque a regañadientes. No entendía por qué habría de ser correcta una única opción. De ahí su pregunta: «¿Y si el payaso estuviera también desordenado, por ejemplo, con la cabeza en los pies o la bola roja en una oreja en lugar de en la nariz, no podría ser un YASOPA, o un PASOYA en lugar de un simple PAYASO?». Y como también viene siendo habitual, mi hija tenía razón. Su planteamiento era de una lógica aplastante: Cuando el objeto (o la persona) se muestra desordenado (o desorientada), deberíamos también desordenar la palabra que originariamente lo define. Yo, sin ir más lejos, cuando estoy hecho un lío, me pegaría más llamarme Elnida que Daniel, o Daelni, o en casos extremos Enaldi, o Ldenai. Sería más honesto llamarme así. O llamar a mi taxi «tax» cuando, después de un accidente, el vehículo pierde alguna de sus piezas (un espejo, por ejemplo, o un paragolpes: el taxi estaría incompleto y también, por lo tanto, debería estarlo la palabra que lo define).

A menudo tendemos a cumplir y asumir las normas tal vez por inercia (o por derrota), y salirte del tiesto suele ser considerado inaceptable. Supongo que el orden mundial fluye porque existen normas comunes que mantienen el tejido social bien hilvanado. Pero una oveja negra es bonita dentro del contexto del rebaño blanco: supone un contraste, máxime si esa oveja no fue pintada adrede, sino que es, en efecto, negra.

Por analogía, las palabras desordenadas deberían también ser parte del lenguaje común siempre y cuando representen mejor lo que intentas decir que la misma palabra en su orden correcto. Cuando te digo que te quiero de un modo poco ortodoxo y raro, debería atreverme a decirte «Te roquie» y tú deberías entender de un modo más preciso lo que intento decir. O cuando me veo reflejado en tus pupilas, y soy yo del revés, debería llamarme Leinad, en lugar de Daniel. ¿Me tiendesen?

Nota: Me he permitido la licencia de titular este post del mismo modo que una de las novelas de Juan José Millás, «El desorden de tu nombre» y ya de paso matar dos páginas de un tiro. Aparte de ilustrar bastante bien lo que intento decir, quería aprovechar para deciros que la novela es fantástica.