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27 Nov 2020
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Elige tu propia belleza

Si digo que acabo de llevar en mi taxi a una chica joven y atractiva, de inmediato pintaréis vuestros únicos e intransferibles cánones de belleza en el lienzo de vuestra imaginación.

La palabra «joven» podría rondar una horquilla más o menos acotada (la niñez es una etapa más temprana, y nadie es joven a los setenta, salvo en espíritu). Supongamos, entonces, que la juventud es ese intervalo que abarca desde los dieciocho (para evitar dilemas morales y/o legales), la veintena entera y, como tope, los treinta y pocos. Aunque habrá matices: seguramente, un hombre de ochenta verá joven a una mujer de cuarenta (la cual sin duda se sentirá halagada), y un niño de siete llamará «señora» a una de treinta (para tremendo cabreo de la susodicha).

La belleza, sin embargo, o más concretamente el «atractivo» (que no es lo mismo) sugiere tirar de un archivo mental más concreto; un archivo que puede diferir bastante según la persona. Todos, por situarnos, tenemos nuestros referentes que van más allá del concepto clásico de belleza. Es un dato subjetivo y más aún cuando nos referimos, concretamente, al atractivo. El adjetivo «atractivo» denota una seducción sin querer: irradia deseo. La RAE lo define así: «Que por su físico despierta interés y agrado en los demás». Las personas atractivas tienen «algo» que no siempre provoca el mismo efecto. A veces es sólo la mirada, o el modo específico de mover los labios, o algún detalle imposible de localizar pero que, a la postre, atrae irremediablemente a la otra parte.

De modo que, cuando digo que era joven y atractiva, te estoy pasando la pelota a ti: estoy jugando contigo, o invitándote a participar en mi mismo juego. Te estoy diciendo: «Sitúa tú el rostro que proceda. Date un capricho y arrastra el puntero de tu archivo de imágenes al texto. Sea quien sea tu mujer elegida, prometo no interferir, ni cuestionar tus gustos».

Y en detalles como este radica el inmenso poder de la literatura. Un poder más explosivo y personalizado, a mi juicio, que el de cualquier relato audiovisual al uso, ya que nos permite conexiones más íntimas entre la historia y el lector.

Por cierto: en aquel trayecto no sucedió nada digno de mención. La chica joven y atractiva simplemente viajó en silencio, y el trayecto fue anodino.  Pero invitó sin querer a una reflexión más profunda. La historia, supongo fue esa: un viaje de mis ojos al porqué de su boca.