PATROCINADORES
INSTITUCIONES
Junta castilla
jcm

Archiletras

24 Nov 2020
Compartir

Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Libros a prueba de golpes

No es normal que alguien lea en papel Serotonina de Michel Houellebecq desde el asiento trasero de mi taxi, ligeramente encorvado, mientras yo busco maliciosamente baches para hacerle el proceso lo más incómodo posible.

Mi intención es comprobar hasta qué punto está metido en su lectura. Por eso giro, freno brusco y, bache o grieta que veo en el asfalto, allá que voy. El tipo, por lo pronto, ni se inmuta. Denoto en él una extraña y compleja coordinación entre su propio cuerpo (en constante y aleatorio movimiento) y sus ojos conectados con el texto. Parece ser que nada es capaz de despojarle de esa conexión, aunque intuyo que la letra del libro (formato bolsillo, tapa blanda) es realmente pequeña.

Este experimento no es, ni mucho menos, la primera vez que lo hago. Es un ejercicio que yo mismo pruebo a menudo con mis textos, mis novelas. Imprimo fragmentos en papel y los leo caminando, moviéndome deprisa, emulando el traqueteo del metro o el subir y bajar de escaleras. Lo considero una prueba de fuego que demuestra si el texto es sólido, fácilmente digerible y permite al lector cierta continuidad pegajosa. Las palabras difíciles, por ejemplo, te alejan del texto. Obligan a leer más despacio, lo cual precisa de una atención extra que dificulta la conexión en según qué terrenos. O las frases de construcción compleja y alejadas del uso cotidiano del lenguaje. O el abuso de palabras demasiado largas. Con los adverbios acabados en –mente, que a menudo suelen ser largos, también sucede. (Permitidme un inciso a este respecto: muchos son los escritores que repudian cambiar adjetivos por adverbios -mente y yo me subí a ese barco por un tiempo hasta que empecé a leer a Foster-Wallace, que suele usarlos y de un modo magistral).

Pero el último frenazo reconozco que se me fue de las manos y el hombre acabó impactando contra la mampara protectora. Se valió del libro a modo de escudo para no golpearse el cuerpo, y eso fue lo que al final le salvó, seguramente, de un impacto mayor. Le pedí disculpas, pero no se inmutó demasiado: siguió con la lectura aunque, eso sí, agarrando ahora su otra mano al pasamanos de la puerta. Houellebecq fue su airbag, digamos. Houllebecq le salvó de mi pérfido estudio.

Visto lo cual nunca antes había probado mis textos con golpes, la verdad. Así que tengo previsto hacerlo. Me pondré un casco, rodilleras y coderas, y saldré a la calle con las hojas impresas a modo de crash test dummy.

Deseadme suerte.