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14 Abr 2020
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Diario de un escritor en cuarentena (Día 33)

Uf, la autoestima. Tremendo tema. Qué difícil es saber a veces el lugar que ocupas, o cuáles son esos límites que todos tenemos, o si estarás a la altura de tus referentes literarios.

Escribir novela no es solo un acto profundamente solitario. También te obliga a no parar de hablar contigo mismo (o incluso, a veces, contra ti). Es un psicoanálisis constante, un examen constante, onanismo y latigazos en un bunker con espejos en todas sus paredes. A lo largo de estos 33 días de proceso de escritura me he odiado más de mil veces y me he besado otras tantas. Estoy aprendiendo tanto de mí que he llegado a darme miedo: ¿De dónde demonios ha salido una idea tan macabra en ese párrafo? ¿Cómo es posible que demuestre amar u odiar con tal intensidad en la ficción al tiempo que me modero tanto en mi día a día? ¿Soy acaso el crápula que demuestro en mis escritos, o el tipo tibio tirando a introspectivo de la vida real? ¿Contra quién estoy cargando tanta ira realmente? ¿Contra el mundo en general? ¿Contra mí? ¿Es tal vez la rabia el motor de lo que hago? ¿Escribo porque no sé pelear? ¿Escribo porque tampoco sé bailar? ¿Escribo ficción porque el mundo en derredor no es suficiente?

Con todo y con esto sigo pensando que se me da mejor escribir relatos cortos. Tengo en la cabeza mil ideas pequeñas y no caben todas en una novela: no hay puzle posible capaz de encajarlas.

De modo que ahí va mi consejo de hoy: Guárdate algo para próximos escritos. Por muy buena que sea la idea que acabas de tener, si no encaja en el texto, congélala en tu arcón de las ideas y úsala cuando se tercie. Sin excepciones. Aunque el médico te haya dado tres meses de vida, siempre será preferible llevarte esa idea a la tumba.