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07 Abr 2020
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Diario de un escritor en cuarentena (Día 26)

Algo que me está resultando ciertamente liberador en el proceso de escritura de mi novela es la falta de posicionamiento político expreso de sus personajes.

Hoy, las redes sociales parece que te empujan a tomar posiciones políticas y a defender o atacar a diestro o siniestro. No has más que bucear por tu muro de FaceBook o consultar los Trending Topics del día en Twitter para entender que la polarización ideológica forma parte del ser, y que si no te posicionas, directamente no existes. Es una espiral, y una vez inmerso en ella no caben contradicciones. O si te contradices, siempre habrá quien te lance un «zasca» (neologismo que, creo recordar, acuñó hace años el humorista Berto Romero y ahora está en boca de todos). Hay cazadores de zascas y zascadores 24/7 por doquier. Es la nueva medicina para reforzar el ego: «zasquear» y conseguir el aplauso de los tuyos.

Pero con independencia de tus tendencias políticas, el simple acto de posicionarte o defender tus posturas es agotador e incluso ingrato casi siempre. Las redes sociales se han convertido en telas de araña: Es realmente fácil quedar atrapado en la trampa del otro y acabar discutiendo, y discutir no es plato de buen gusto para nadie. Por eso, volviendo a lo de antes, las novelas tratan en buena medida de huir de ese escenario. Las novelas evitan confrontar o anteponer las ideas del autor frente a un lector indefenso. Más bien es justo lo contrario: buscan empatizar con lectores de toda clase y condición. Llegados a este punto, cabe añadir que empatizar no implica crear personajes «blancos» y adorables necesariamente. Implica atribuirles rasgos de la condición humana capaces de encajar fácilmente en la psique de cualquier lector. La ira, el miedo, el amor, la pasión, los traumas del pasado… cualquier sentimiento bien explicado, o cualquier acción motivada por causas justas, será merecedor del apoyo del ávido lector-buscador de emociones. Aunque el personaje cometa un asesinato (y, por tanto, sea un asesino), si el motivo es vengar la muerte de un hijo, el lector acabará empatizando con ese asesino. Pero si el asesino es, además, de extrema derecha y el lector de extrema izquierda o viceversa, la empatía no será tanta.

Ese es el motivo que lleva al autor a no meterse en ciertos charcos y al menos yo, lo agradezco. Escribir libre de malos humos también me lleva a empatizar con todo tipo de lectores. Quid pro quo.

(36.500 palabras, ya queda menos… o no).