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10 Mar 2020
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

La gestión verbalizada del miedo

«Pánico en los mercados de todo el mundo» escucho en la radio. «El Apocalipsis está aquí», leo en las redes. «Estoy triste porque no quiero cenar espinacas», dice un niño en mi taxi.

Mi hija de 5 años está feliz porque no tendrá cole durante al menos quince días por culpa de una epidemia con visos de pandemia. Son los adultos los que tienen miedo, y también son los adultos los que han de procurar normalidad a sus hijos. Me pregunto si el miedo es una respuesta objetiva a la situación actual o si, a la contra, sólo es un placebo que empuja al adulto a sentirse más vivo. En cualquiera de los casos, me fascina ver cómo gestionamos de ese miedo al tiempo que fingimos lo contrario. Mascarillas agotadas, colas enormes en los supermercados, carros hasta arriba de productos no perecederos y sin embargo rostros siempre impasibles, serenos. El miedo es libre, desde luego, y más cuando la amenaza está en el aire, no es visible, y nadie puede permitirse el lujo de dejar de respirar por unos días.

Una madre con su hijo en mi taxi hablan del nuevo estreno de Pixar pero ella con los ojos como rotos, transpirando. Sonríe y sin embargo puedo notar en su tono cierta gravedad imperceptible para el rango auditivo del niño. Ambos, ahora mismo, son dos mundos opuestos, aunque complementarios. Él estará pensando en todo el tiempo que podrá dedicarle a la PlayStation por la ausencia de cole, y ella en cómo gestionar los próximos días para estar con él sin perder su trabajo. Yo, tal vez, me encuentre justo en medio de ambos mundos: con la mentalidad optimista del niño pero elaborando responsablemente un plan para con mi hija.

Llevé a la madre y a su hijo a las puertas de un supermercado. Y nada más dejarles yo también hice lo propio, apagué el taxímetro y aparqué mi taxi en las inmediaciones de una librería. Compré «Blanco» (la última de Bret Easton Ellis), «El rey pálido» (la última inconclusa de David Foster-Wallace), una novedad aleatoria («Tierra», de Eloy Moreno) y un par de Moleskines para tomar notas.

Quiero decir, que me parece exagerado llenar el carro de viandas como para un mes de encierro obligado, pero ante la duda hice acopio de lo básico: libros.