PATROCINADORES
INSTITUCIONES
Junta castilla
jcm

Archiletras

30 Jul 2019
Compartir

Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

El becario y un amor no correspondido

Cuatro usuarios en mi taxi: tres sentados en las plazas traseras y el cuarto a mi lado.

La situación de cada cual será determinante en cuanto al uso de la palabra. El copiloto, por norma, se ocupará de darle conversación al taxista, es decir, a mí. Me preguntará por el tráfico, por el tema de los diésel con las nuevas restricciones medioambientales o por la gestión del estrés en los atascos. Serán preguntas protocolarias sin ningún sentido práctico ni intención de generar debates hondos más allá de matar el tiempo del trayecto y «entretener» al taxista.

Los tres traseros, por su parte, hablarán de trabajo. El más nuevo, el de prácticas, siempre ocupará el sillón central. No sabrá qué hacer con las manos y mantendrá los hombros encogidos para no molestar a la jefa de proyectos de su derecha y al ingeniero de su izquierda. Empleará términos como engagement o feedback para demostrar cuánto aprendió en aquel Master en Gestión de Personas. La jefa, sin embargo, le cortará las alas:

—Tú ocúpate de explicar el recuadro 13.B del Proyecto. Lo demás déjaselo a Matías.

Matías es el ingeniero de la izquierda. No habla. Sólo se asoma hacia ella cada vez que ella habla. Se asoma y sonríe. Es el típico gesto del enamorado no correspondido. La jefa sabe que Matías muere por sus huesos, pero tiene la típica mirada de quien acaba de salir de un divorcio complicado y pasa de líos pero no puede evitar sentirse halagada en secreto.

—El objetivo de la meeting de hoy es llegar a un agreement, ¿no? —vuelve el becario.

—Tu objetivo es el recuadro 13.B. ¿Traes el pen de la presentación?

—Sí, espera… —busca en los bolsillos de la americana. Empieza a ponerse pálido —¡Mierda!, perdón… Creo que… ¡maldición! Lo dejé en mi mesa.

—Joder, Alberto…. —suelta ella.

—Tranquilos —dice el ingeniero sacándose del bolsillo un minúsculo pendrive.

—Uff… Matías. Si no fuera por ti… —dice la jefa.

Matías sonríe radiante.

El copiloto me pregunta:

—¿Y puedo entrar, digamos, con un diesel Euro5 en Madrid Central?

Matías sigue sonriendo.

Es difícil estar en todo. Atento al tráfico, a las preguntas del tipo de mi derecha, al espejo retrovisor (y el reflejo del becario pálido como una sepia) y a la intrahistoria de amor imposible entre la jefa y Matías. De hecho, joder…

He vuelto a olvidar accionar el taxímetro. Otra vez.