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07 Abr 2020
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Reportajes

Ora è vero e ben trovato. Part Deux

Xosé Castro. Ilustración de Pedro Perles

La cruda realidad llega: el origen real de los términos que tratamos en la entrega anterior. Algunas son simples conjeturas; en otros casos, la realidad supera a la ficción

En el número anterior de Archiletras hablábamos de eso que el historiador Ernst Förstemann llamó «etimología del pueblo» y que otros preferimos llamar etimologías populares, etimología ficción o paretología.

En general, nos gustan las etimologías inventadas por la misma razón que los rumores y las paparruchas: algunas tienen más sazón, algunas nos dan la razón, otras suenan más curiosas o —simple y llanamente— resultan ser la solución más sencilla y accesible. Las etimologías populares no nos fuerzan a invertir tiempo en documentarnos y confirmar una idea que, de partida, se antoja llamativa. Y todo esto convierte los rumores, las paparruchas y las etimologías del pueblo en eso tan deseado por muchos en redes sociales: un fenómeno viral.

Son, también, la demostración de algo que ejemplificaban mis amigos Wicho y Susana Lluna en su libro Los nativos digitales no existen: «Crecer con una plancha en casa no te convierte en planchador. Crecer con un ordenador al lado no te convierte en un experto en informática».

Del mismo modo, tener algunas de las mayores bibliotecas de la historia a nuestro alcance no nos convierte en investigadores.

Nos gusta rememorar la Biblioteca de Alejandría, que fue uno de los mayores centros de difusión del conocimiento en la Antigüedad. Hoy tenemos a nuestra disposición docenas de hemerotecas, bases de datos audiovisuales y bibliotecas a pocos clics de distancia, y de balde, oigan. Pero no las usamos.

Sea como fuere, en esta segunda y última entrega traigo la cruda realidad: el origen real de los términos que tratamos en el artículo anterior. En algunos casos, solo podemos hacer ciertas conjeturas. En otros, la realidad supera a la ficción. Júzgalo tú mismo, querido lector.

Tiovivo

Este término es de uso casi exclusivo en España (en América dicen carrusel, caballitos, calesita…). El término tío que usamos para referirnos a un hombre cualquiera también es típico de España, como cuando lo usamos para enfatizar una cualidad de alguien: «El tío liante me ha vuelto a engañar». Todo apunta, por tanto, a que es un invento patrio. Joan Corominas conjetura que puede provenir de la viveza del tío que lo inventó. Quizá esa viveza se refiera a los bríos con que manejaba su atracción, porque este aparato se propulsaba a mano, con cuerdas y poleas, o con manubrio antes de que se emplearan animales o ingenios mecánicos para moverlo.

Gringo

Dice Joan Corominas que el término procede de la palabra española griego (griengo > gringo) para referirse a una lengua que no se entiende bien, como cuando decimos que algo «nos suena a chino». Por extensión, se aplica a los extranjeros que hablan otro idioma que no sea español, igual que en griego clásico decían βάρβαρος a los de afuera, y de ahí vino nuestro bárbaro.

Ya en textos anteriores al siglo XVII se encuentra el vocablo con ese sentido, como en el Diccionario castellano con las voces de ciencias y artes (1787), en donde se dice que se usa para referirse a los extranjeros que no hablan bien español: «Gringos llaman en Málaga a los estranjeros, que tienen cierta especie de acento, que los priva de una locución facil, y natural Castellana; y en Madrid dán el mismo, y por la misma causa con particularidad á los irlandeses».

En algunos países de América, como Perú o la República Dominicana, se usa para referirse a alguien que tiene rasgos caucásicos (tez o cabello más claro). En el Río de la Plata, se usa para referirse a las personas de piel más clara o más rubias (que vendría a equivaler al guiri en España) y, curiosamente, a los piamonteses que colonizaron la Pampa y a sus descendientes.

Los brasileños tomaron prestado el término del Uruguay y lo usan para referirse a cualquier extranjero, aunque sea hispano. Quizá si El Greco hubiera nacido algo más tarde, ahora lo llamaríamos «El Gringo». Chi lo sa?

Estar en pelotas/bolas

Debo empezar diciendo que la expresión original y correcta no lleva esa «s» final. Uno se queda, lo dejan o anda en pelota (o en cueros), y así consta en los primeros diccionarios académicos, como el Diccionario de autoridades (1737) y anteriores.

Para comprenderlo mejor, tenemos que recordar que pelota procede del latín medieval pilotta, diminutivo del latín pila, que, en su origen podría haber significado ‘bola de pelo’ (de pilus), porque las primeras pelotas se hacían con pelo o se rellenaban de borra.

Y de ese origen piloso procede esta expresión, pues «quedarse en pelota» significa ‘quedarse cubierto tan solo por el vello corporal’, o sea, como tu madre te trajo al mundo.

Por su forma redondeada y sus vínculos pilosos, empezó a usarse el término para referirse a los testículos, como describe el costarricense Magón en este cuento llamado Una obra de misericordia (1896):
—Mire: se coge la raíz del perejil crespo, se machaca junto con unas semillitas de nabillo colorado y se ponen a hervir […], se pela y se muele […], se menea bien todo […] a fuego lento y de eso se le unta en las pelotas hasta que le escueza.
—¿Y eso es bueno?
—¿Que si eso es bueno? Pregúntele al padre Gumersindo que con qué se le quitó a él un miserere […]. Y que si no le hace bien, no le hace mal. Nada se pierde con tantear.

Mandarina

Los ingleses trajeron la mandarina (que así se llama) a Europa hace relativamente poco: en el siglo XIX; de ahí que conozcamos bien su origen, y por eso, también nos suene la expresión «naranjas de la China», ya que de ahí llegaron todos estos cítricos.

La naranja y la mandarina no soportan bien las heladas, así que las primeras pruebas y plantaciones que prosperaron fueron en países mediterráneos, como en la zona de Tánger, en Marruecos, de donde procede la tangerina, que es el otro nombre de esta fruta.

A finales del XIX, el padre Clément Rodier descubre una hibridación accidental entre una naranja amarga y una mandarina en el jardín de su orfanato de Misserghin, cerca de Orán (Argelia). El híbrido resultante, más dulce que la mandarina, cobra mucho éxito y, en honor a él, se acuña el término francés clémentine que daría origen al español clementina. Al ser una fruta híbrida, no tiene pepitas y eso es lo que la diferencia de la mandarina, además de su sabor más dulce.

Ponerte mirando pa’ Cuenca

Esta expresión significa ‘poner a alguien a cuatro patas’ (coito a tergo), es decir, adoptando la misma postura en la que rezan los musulmanes, que orientan sus rezos hacia La Meca, ciudad sagrada y de peregrinaje. El verbo orientar significa ‘colocar algo hacia oriente’, porque hace siglos era el punto cardinal principal, en donde estaba La Meca y Jerusalén, y se orientaban las iglesias y las mezquitas. Si bien no se sabe con certeza el origen de la expresión, algunos dicen que nació en Madrid, y que si se traza una línea imaginaria desde esta ciudad hasta La Meca, lo primero que uno se encuentra es Cuenca, pero lo más probable es que se adoptase el topónimo español para darle un toque más ibérico. Hoy en día, existen variantes en las que se ha perdido la connotación de una persona que adopta la posición de rezo. Lo que está claro es que si alguien dice que nos quiere poner mirando para Roma, Teruel o Estrasburgo… no pretende que disfrutemos de las vistas sino algo más lúbrico.

Pepe

Este es el hipocorístico de José que, antiguamente, se decía Josepe y, de ahí, surgió el nombre familiar Pepe. En otras lenguas, el hipocorístico es similar: Pepe en rumano (de Josef), Beppe o Peppe en italiano (de Giuseppe), Xepe o Pepe en gallego (de Xosé), Pep en catalán (de Pep). En el Corpus Diacrónico del Español de la Real Academia, no aparece en la literatura el nombre «Pepe» así usado hasta el siglo XVIII. Lo que no sabemos es quién se inventó la historia de «Padre Putativo», pero era un cachondo, eso está claro.

Cachondeo, Cachondo

Cuando yo era adolescente, recuerdo que, en cierta ocasión, en un pueblo de Castilla, un hombre muy mayor me dijo que tenía que vigilar a su perra «porque anda cachonda y me la puede cubrir cualquier chucho». En mi ignorancia adolescente, pensé que el hombre quería epatarme usando un término más propio de jóvenes que de octogenarios como él. Años más tarde descubrí las estrofas que Juan de Mena (1411-1456) le dedicó a la lujuria:

¡O luxuria, vil foguera,
de zufre mucho fedionda,
en todo tiempo cachonda
sin razón e sin manera!
¡Enemiga lastimera
de la santa castidad,
ofensa de onestidad
y de viçios eredera!

Y es que cachonda procede de la voz latina catŭlus, que significa ‘cachorro’, pues la perra cachonda era aquella que iba a procrear. Los antiguos griegos y romanos eran supersticiosos y creían en la astrología. Según ellos, la aparición de Sirio (la estrella «abrasadora» de la constelación Can Mayor) traía veranos tórridos y secos, tormentas, fiebres, rabia y mala suerte. Los griegos, y después los latinos, llamaron «días de perros» (dies caniculares) a este período sofocante y, de ahí, nuestra canícula. En Roma sacrificaban cachorros para aplacar los males que traía la canícula. Y de ahí el nombre de la antigua Porta Catularia (también de catŭlus). En fin, confío en que estas etimologías verdaderas hayan sido igual de curiosas o más que las populares del número anterior. De lo que no cabe duda es que, documentándose, uno llega al origen de los términos que busca.

Chumino

Según el DLE, se trata de un vocablo malsonante que significa ‘Vulva y vagina del aparato genital femenino’. Y ya que estamos: dado que la vulva y la vagina solo pueden estar en un aparato genital femenino, ¿no habría sido más fácil definirlo como ‘Órgano sexual femenino’? La RAE se hace eco de lo que dice Joan Corominas en su Diccionario etimológico; es decir, es poco probable que venga de higo chumbo, sino que tendría un origen expresivo, en el que se alude a la idea de blandura usando la ch-, como en chichi², chocho⁴, chocha² y chucha. Ya imaginarás, querido lector, lo que significan todas estas palabras. Adiós, show me now malagueño.

Horchata

Su nombre procede del latín hordeata (‘agua de cebada’, porque hordeum era ‘cebada’), pues tanto aquí como en otros países se usaba ese cereal. El étimo latino terminó siendo orzata en italiano y orgeat en francés e inglés. Según las regiones, las épocas y los ingredientes de la zona, la receta varía, y así, en España la hacemos con chufa, pero en muchos lugares de América se hace a base de arroz. En otros se usan distintos cereales, almendras, agua de rosas o azahar. Según la Wikipedia, la primera receta de horchata conocida se hacía a base de almendras, pepitas de melón y piñones, y data de 1748. La primera mención de la horchata de chufa data de 1762, en el tratado Flora española ó Historia de las plantas que se crían en España, de Joseph Quer.

 

Este reportaje es uno de los contenidos del número 6 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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