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11 May 2020
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Reportajes

Hoygan!! q la lengua ‘stá loka’ en internet: será gr@ve???

Javier Rada

La comunicación mediada por la tecnología ha creado múltiples y sorprendentes 😳 variaciones lingüísticas. Puntos suspensivos creativos, marcadores discursivos sofisticados y una suerte de escritura ✍ ‘oralizada’ muy antinormativa. Asistimos a un estadio evolutivo, una adaptación de la comunicación a los nuevos dispositivos📱

Holi, siglo XXI, k ase? Dicen que la has liado parda con la lengua… Tu Don Quijote es un meme. La sonrisa de un emoji, tu bandera universal… Hay numerosos cambios. Has recortado palbrs. Alargado vocaaaaales. Reinventado el hashtag. Añadido MAYUSCULAS cuando no toca (y así parece que alzas la voz). Un conjunto de variaciones lingüísticas sorprendentes. Novísimos marcadores discursivos y coloquiales. De tanto retuitear desordenaste el diccionario.

Observamos en las interacciones mediadas por la tecnología un alto grado de trastorno verbal. Un uso de la lengua cada vez más alejado de la norma. Parece divertido. LOL (abreviatura del inglés, seña común en Internet, que significa algo parecido a XDDD…). Algunos dirán con énfasis… terreeeemoto!!! Evolución o retorno de los jeroglíficos: :). O sencillamente: la revolución lingüística que ha desatado la comunicación digital.

El discurso cotidiano, como el dragón que ensaya el primer aliento, ha vomitado recursos expresivos (transformaciones ortográficas, usos antinormativos, puntuaciones creativas……). Con la expresividad como arma humeante, las variaciones van por delante del dogma, su víctima (ni Punto y Coma, ni RAE, ni Rey).

Los mensajes son hoy multimedia, con un click se intercalan voces explícitas: tuits, vídeos, blogs… Los díscolos internautas lanzan ‘besis’ (sí, el viejo ‘beso’ travestido ahora en la sufijación apreciativa) a la nueva escritura coloquial pasada de iconos.

Algunos intentaron al principio encorsetarla. ‘Ciberhabla’, dijeron. ‘Lenguaje de los SMS’, ‘netspeak’, o ‘nueva oralidad escrita’… La lengua en Internet lleva más de 30 años evolucionando, pero es pronto para definirla. Son múltiples las manifestaciones. Está en constante cambio. La tecnología cubre cada vez más necesidades sociales. Sincrónica o asincrónica, no es homogénea. El enfoque actual es sociopragmático.

«Los lingüistas llevamos tiempo preguntándonos si la comunicación mediada por ordenador es una nueva forma de oralidad, una forma de escritura, o bien si es un género discursivo nuevo… Son debates que siguen abiertos», explica Agnese Sampietro, investigadora de la Universitat Jaume I, y cuya tesis doctoral se basó en los emoticonos.

Los estudiosos, eso sí, coinciden en el gran punto suspensivo: estamos frente un proceso extraordinario de adaptación lingüística a los dispositivos, donde los usuarios explotan al máximo las capacidades expresivas que les proporciona la tecnología (es decir, un limitado teclado).
Discursos emergentes, que en sus registros más coloquiales y espontáneos, en unas escrituras que tildan hoy de oralizadas (pues imitan a la conversación hablada), han puto alterado la ortografía, las reglas, ácratas estrategias (¿qué clase de intensificador es puto?), la gramática, la sintaxis, la forma EN QUE LA GENTE se xprsa.

En el viejo debate sobre identidad entre grafía y fonema, desaparecieron los votantes de centro: «Yo eskriibo komo ablo». Puede parecer este discurso a veces críptico, ignorante, o feo, pero los lingüistas nos dicen que, en general, es bien.

«Las nuevas tecnologías han cambiado la sociedad y eso revierte en la evolución de las lenguas y de las formas de expresión», explica Rosa Martín Gascueña, investigadora de la comunicación digital de la Universidad Complutense. «Los ordenadores y smartphones permiten ampliar las posibilidades comunicativas. Estamos frente a nuevas formas de discurso, basados en la funcionalidad del hipertexto», añade.

Tenemos una ampliación de los horizontes expresivos. Géneros discursivos de nuevo cuño más que una lengua errática. Nuevos marcadores integrados en los recientes contextos de interacción. Y la expresión oral, aquel espacio coloquial e íntimo, el habla informal de familiares y amigos, ha colonizado masivamente las hilos textuales, impulsada por esta orgía de géneros mutantes —como la conversación del guasap, por ejemplo—, con variaciones lingüísticas propias, innovaciones sofisticadas, nuevas prácticas sociales —blogs, foros, wiki…— en los entornos virtuales.

«La lengua de Internet está ampliando las posibilidades de la escritura, no deteriorándola, es un código compartido que se está creando bajo nuestras propias narices de forma horizontal y colectiva», explica la lingüista computacional Elena Álvarez Meellado. Es la manifestación de una inteligencia multimodal. La lengua que crea y que se amolda como el cromañón a las nuevas pinturas rupestres. Y los lingüistas observan extasiados las nuevas quimeras.

Se catalogan cambios en el léxico, morfológicos y sintácticos, una lluvia estelar de heterografías en los medios sociales que difunden (con fuerza viral) nuevos esquemas de expresión. Triunfa en estos espacios la temida antiortografía.

Allí están los territorios infinitos por los que navegan los piratas del lenguaje: el WhatsApp —reino de lo coloquial, patria espontánea de una escritura que imita a la oralidad—, el Twitter —república natural de la opinión pública, donde conviven lo formal y lo informal—, el Facebook —el gerundio del ‘me gusta’—, el Instagram —la arcadia visual—, los foros (casi reliquias), el australopithecus del lenguaje SMS, o el correo electrónico, que dista menos, en principio, de una escritura clásica.

A veces el motor de las variaciones está en un principio de economía (recortar palabras, abreviaturas…) para vencer o aprovechar las limitaciones tecnológicas. La célebre lingüista canadiense Gretchen McCulloch (a quien entrevistamos en este número de Archiletras), lo señala en su libro Because Internet: hoy somos más eficientes con el lenguaje. Pero, en otras, deseamos justo lo contrario: al manifestarnos a través de estos dispositivos, repetimos grafías, multiplicamos la puntuación, queremos potenciar la expresividad, la cercanía, el ÉNFASIS, la cortesía, la afectividad… aunque sea de un modo intuitivo, saltándonos las reglas, o mediante emoticonos.

«Cabría preguntarse si existe una ciberhabla o más bien un conjunto de géneros discursivos emergentes que cambian tan rápido como la tecnología misma. Las preguntas que nos plantea la comunicación digital son, en esencia, las que nos plantea la comunicación en general», explica Cristina Vela, investigadora de la Universidad de Valladolid. ¿Y la finalidad de este estropicio? Mejorar la especie semántica, hacer que el mensaje llegue mejor al interlocutor, constatan los expertos.

Una evolución, a veces disrupción, pero también un continuo en las miles de mutaciones que han sufrido las lenguas a lo largo de los siglos. Una búsqueda constante de innovación que —en un entorno muy saturado de información— desea lanzar un mensaje más relevante y llamativo con esas caritas sonrientes llenas de besitos. Un arco iris de recursos semióticos. Un elefante que patina sobre la cacharrería semántica. Como un dios infantil, crea y destruye. Ojalá escribir mejor.

Y aquí ya debería aparecer en este texto aquel viejuno punto y coma junto a su réquiem. Quizás una de las víctimas notables en este proceso de pérdida de coherencia del discurso fragmentado en beneficio siempre de la interactividad.

Pasará raudo y veloz, cual estrella fugaz, así que mírenlo bien, degústenlo entre corchetes [;]. Objeto de museo, hermoso y frágil como el oso panda o el leopardo de las altas sintaxis, quién sabe si no podría desaparecer (en breve) entre tanta permutación lingüística (apenas ya se usa en las redes…). Y fíjense, en cambio, en estos […], porque los signos suspensivos han multiplicado su fuerza expresiva, creado paradigmas, una puntuación pragmática, creativa…

Más variaciones… Se cargó el maleante digital el interrogante inicial, que es hoy casi un dinosaurio en estas escrituras oralizadas
informales, seguramente porque es complicado añadirlo en el teclado —tenemos que apretar un poco más el botón—, o por influencia de otras lenguas —el inglés—; por otro lado se ha duplicado o hasta triplicado su presencia al cierre!!! para dar más fuerza (o mostrar incredulidad) en el mensaje.

Tenemos una miríada de coloquialismos de nueva generación (holi, besis, guapérrimo…), como productos de una fábrica de memes que jamás se detiene, impulsada por el fuel lúdico, por la ironía, el humor. Un ejemplo bárbaro: el sufijo apreciativo –i aparece en un verbo conjugado: «Ay, que llori». Y el corrector del Word de este redactor está lleno de rojo intentando imitarte, novísimo discurso que pueblas el Internet social. Rojo para tus innovadoras señas de identidad estilística.

Has organizado pogromos contra la RAE, traspasado los límites de las normas sagradas que nos enseñaron, hace tiempo, en la prehistoria, en el cole, al menos, a los más boomers (meme millennial hoy de moda para referirse a los más mayores). No nos llamarán carcas nunca más… Biba el neologismo! Si me gusta, comparto. Sta claro?

Y en este párrafo, como le ocurrió antes al [;] no vamos a poner el punto final. En el guasap —que es hoy la madre del género conversacional digital— es de mala educación hacerlo. Se trata de una nueva regla de cortesía, una netiqueta para ir bien vestido en el chat, al menos, entre los más jóvenes, porque un [.] final suena serio, es una estaca que se clava en el corazón de un diálogo potencialmente abierto.

Los boomers de aquel «despacito y buena letra» de Machado estamos confundidos. Por eso le hemos pedido a Archiletras, revista guapérrima sobre la lengua, que ponga un poquito de luz en este kilombo, para ver si de verdad es bien esta mutación que sufre el lenguaje, y no abrazar así las voces que hablan de una corrupción idiomática.

Primera conclusión: tranquilos, boomers, podemos decir —casi seguro— que el fin no será el fin. Hace un tiempo todo esto nos asustaba. Señalábamos a estos polifemos jergales. Llorábamos por el exterminio de las comas en el WhatsApp. Acusábamos a los jóvenes —como portavoces naturales de la innovación lingüística desde tiempos remotos— de infantilismo textual, tarados disortográficos, y a los cibernautas de ser una tribu de bárbaros conectados, caníbales de las tildes dispuestos a destruir la República de las Letras. Vaticinábamos el fin de la lengua española o inglesa. Dijimos ‘no lengua’ como un insulto. Era el apocalipsis multimodal.

En 2010, el historiador británico Tony Judt llegó a decir que la palabra estaba amenazada por esta simple y torpe ‘neolengua’, tomando el concepto distópico de Orwell en la novela 1984. Otros, como David Abulafia, también británico e historiador, anunciaron que las redes sociales estaban aniquilando el lenguaje escrito. Es lo que la lingüista catalana Antònia Martí llamó «una visión catastrofista de la lengua», o lo que Sampietro tacha de «la tecnofobia natural al ser humano».

Sin embargo, pocos son los lingüistas que defienden hoy la debacle. Los puristas, abrazados a los corchetes del [;] como si fuera su tesooooro, están cada vez más solos. El cambio lingüístico, al contrario que el climático, no elimina especies, las multiplica. Surgen nuevos géneros discursivos, y estos tienen sus registros, códigos, modos de puntuar, su naturaleza intrínseca, aunque mutante. Nuevas reglas de cortesía para poder comunicarse de uno a muchos. Escenarios y formas de interactuar donde prima el mensaje, la comprensión, el poder añadir elementos paratextuales para que nuestro interlocutor no malinterprete lo que queremos decir.

A veces, es cierto, estas variaciones pueden ser propulsadas por la ignorancia (como cuando se usa el ‘haber’ en vez de ‘a ver’, pues se copia directamente de la oralidad), o por las prisas, la escasa reflexión, pues prima, al menos en los géneros más espontáneos, muchas veces lo inmediato. Pero también observamos una creatividad desencadenada, artefactos sofisticados que han venido a quedarse.

Disrupciones que enriquecen, que aportan más que restan, según los expertos consultados por Archiletras, planteando paradigmas, pero también desafíos (tampoco hay que pasarse de optimista ante cada innovación, pues existen disfuncionalidades). Son géneros que, como ya los definió el filósofo ruso Mijaíl Bajtín en el siglo pasado, responden a las necesidades sociales.

Y los usuarios tienen nuevos menesteres. Toman los rasgos de la vieja oralidad y los reinterpretan en el texto. Incluyen imágenes, rompen el discurso, pecan de una cohesión deficitaria, lo hacen multimodal (añaden un gif, por ejemplo), inventan nuevas reglas para el tono de voz tipográfico. Y continúa Álvarez Mellado: «Tradicionalmente el registro escrito y el registro oral han estado claramente delimitados. Las cosas que normalmente te encontrabas en formato escrito pertenecían al registro formal/estándar (cartas de un banco, un prospecto médico, una novela, un periódico). Pero con la llegada de Internet, y en concreto con la proliferación de las redes sociales, de pronto empezamos a trasladar al formato escrito formas de comunicarnos que antes solo hubiéramos mantenido de forma oral». Los usuarios expanden la informalidad no para destruir el sacro idioma romano-latino, sino para crear cortesía, entendimiento, arte, cercanía, referencias, humor, vínculos, ironía, entre unos interlocutores lejanos y aislados frente a una pantalla.

Y quizás esta haya sido la mutación más sorprendente (hasta ahora): la explosión de esta conversación textual (los lingüistas no se ponen de acuerdo si se trata de un híbrido entre la escritura y la oralidad), que ha desarrollado marcadores discursivos que la aproximan a la realidad hablada —las mayúsculas enfáticas, la repetición de vocales y otras disgrafías…— porque el cara a cara, el género conversacional ‘clásico’, ofrece recursos, gestos, tonos, capacidades infinitas para contextualizar un mensaje.

«Lo fascinante es ver cómo los usuarios se adaptan a las posibilidades técnicas y les atribuyen unos significados que a lo mejor no estaban en la mente de los diseñadores o informáticos que las programaron, pero que igualmente funcionan», explica Sampietro.

Y esto nos lleva a la eterna pregunta: «¿Que fue antes, el huevo o la gallina?». Nadie puede responder si son las plataformas y dispositivos las que transmutan la lengua o si son los usuarios, diablillos, más que genios del lenguaje, quienes aprovechan los resquicios. Según Vela es algo más sencillo: «El lenguaje es el wiki universal, una creación espontánea y horizontal en la que se negocian y construyen colectivamente significados. Es la demostración de la capacidad comunicativa del ser humano».

Viajemos por un momento a la prehistoria: cuando surgió el SMS. Tuvo un fuerte impacto en la comunicación digital, y en la escritura, en particular. Entonces los textos, cada vocal, consonante, y signo de puntuación, costaban dinero, y un principio de economía surgió del abismo.
Recordarán que en aquellos gigantescos Motorola, como en una película de terror slasher, empezaron a ser recortadas las sílabas a cuchilladas. Las vocales desparecieron bajo un grito de pavor. Nda prcia k iba sr =.

En contrapartida, los estudiosos escribieron larguísimos textos sobre la escritura mutante (pues la comparaban con la estándar) y se inventariaron las novedades de una lengua jibarizada a manos de unos salvajes que reducían las cabecitas del idioma hasta dejarlo en la expresión de una momia críptica.

Era como asistir al nacimiento de un eslabón perdido que podía a marcar el futuro de las especies lingüísticas. Teníamos un patrón: eliminación de vocales, reduplicación de ciertas letras con valor expresivo, empleo de signos alfanuméricos… Pero en muy poco tiempo llegó el WhatsApp (2009), y cuando parecía que ya habíamos identificado al psicópata de la peli, las letras volvieron a crecer —pues ya no tenían coste alguno— y el teclado predictivo comenzó a reconstruir los genes de las palabras. Stabams salvds!!!

El recién llegado ‘lenguaje SMS’ se convirtió en un mamut. Apenas sobrevive hoy, en sus últimos bastiones helados, como en Francia (donde el SMS es aún más popular que el WhastApp). El patrón no era en realidad un patrón. El uso de la ‘k’ como simplificación del ‘que’ ya está en retroceso, afirma Sampietro. También las mayúsculas usadas para alzar la VOZ, aunque no aquellas que sirven para dar ÉNFASIS.

Una innovación podía desaparecer o reinventarse con la siguiente ola (qué vendrá después de la conversación guasap???). Y estos cambios son más rápidos de lo que se había pensado en un principio. Los lingüistas debían darse prisa en estudiar estos fenómenos antes de la siguiente mutación.

Intermediaban en estas variaciones más principios que el ya citado de economía. Influía la adaptación al interlocutor, por ejemplo (hay estudios que confirman que tendemos a usar más emojis con aquellas personas que ya los utilizan), y la búsqueda de la expresividad y de la claridad, desde una perspectiva interaccional. «En los SMS ya habíamos observado que la gente si bien recortaba las palabras, a la vez ponía cinco o seis puntos exclamativos, que evidentemente ocupan espacio», dice Sampietro.

Junto a estos principios, aparecen fuerzas de cambio que suelen ser muy intuitivas, y que deben llegar en el momento preciso para que una determinada variación sea aceptada y se establezcan así las nuevas convenciones en un determinado género. Muchos huevos, gallinas que tuitean y una gran tortilla: la comunicación humana.

Para alejarnos aún más de la visión del apocalipsis, los estudios que ha llevado a cabo Carme Bach, lingüista de la Universidad Pompeu Fabra, confirman que los usuarios son muy conscientes del entorno en que están utilizando la lengua y sus variaciones.

Comprenden los subcódigos de cada género, como en cualquier comunidad discursiva (on u off line). Aquel que no sigue las normas, aún dentro de un discurso emergente, puede ser también castigado. Los géneros formales siguen muy vivos y no están amenazados, a priori, pues nadie —o muy pocos— escribirán al banco o recurrirán una multa diciendo «ole k ase», aunque usen el correo electrónico para comunicarse.

Antonio Martín, director de la agencia Cálamo & Cran, apunta, por ello, a un concepto casi darwinista. Gracias a Internet, la natural evolución de la lengua se percibe mejor que nunca. «Es una explosión cámbrica. El modelo normativo tiembla. ¿Hay dos velocidades en nuestro idioma? ¿Es Google una nueva Academia?», lanza al hiperespacio sus preguntas. Álvarez Mellado disiente en un hilo de debate/conversación vía e-mail que hemos organizamos para este reportaje: «No creo que esta ‘lengua de Internet’ se vaya a comer al registro escrito más clásico. Es, simplemente, otro registro nuevo, que antes quizá era marginal, pero que en los últimos 10 años ha pegado un desarrollo brutal». «Es un gusto coincidir y diferir contigo», continúa Martín en el mensaje siguiente (la plataforma genera hilos, vínculos jerárquicos entre las ideas expuestas en la interacción asincrónica). «Internet ha facilitado la explosión evolutiva del lenguaje, no me cabe duda. Estoy deseando ver cómo salta al lenguaje hablado y cómo se mezclan entre sí de nuevo», cierra Martín.

Ni Álvarez Mellado ni Martín han escrito aquí, seguramente, de igual modo que si lo hubieran hecho en WhatsApp (quizás allí con mayor profusión de marcadores creativos). Sí se ha colado en la conversación algún emoticono y un coloquialismo como ‘fetén’, porque la lengua
nunca es estanca, nos susurran las arrobas académicas, y el discurso digital tampoco.

Si uno mira la cuenta de Twitter de la policía española (@policia), se dará cuenta de que a los tuits nocturnos les pasa lo mismo que al hombre lobo. Sufren una metamorfosis: se plagan con la luna de señas de identidad coloquial pues consideran que sus usuarios a esas horas son otros propios del Internet. Solo un ejemplo de estos tuits policiales: antes de que aparezca ninguna palabra, arranca el mensaje con el emoticono de dormir [zzz], y luego un smiley o carita amarilla; entonces encontramos el texto: «Que descanses con mucho #love [añade aquí el marcador del hashtag como parte del discurso] y sabiendo que hay alguien cuidando de ti».

El tuit se acompaña con la imagen de una mujer policía besando un perro, casi un meme. Es multimodal. Todo genera un conjunto que refuerza la misma idea: la policía te protege. Algunos estudiosos, como Ana Mancera, investigadora de la Universidad de Sevilla, consideran que el éxito de seguidores que tiene esta cuenta institucional (3,3 millones, un millón más que la del FBI!!!), se debe a que han sabido adaptarse a los códigos de Internet.

No se trata por tanto de rupturas, o de nuevo idioma, «sino más bien una convergencia», añade Bach. «Ocurre lo mismo que pasaría en la conversación oral, pero esta es más difícil de estudiar. Los géneros se definen socioculturalmente».

Un emoticono a tiempo puede salvar una conversación. La proximidad comunicativa puede adoptar anglicismos sin pudor, my friend. Gracias a la intersección de risa puedes llamar «k cabrón, jajajaja» a un amigo sin temer por tu vida. Puedes usar la @ o la X para incluir el sexo masculino y femenino. O hacer que el cuantificador universal ‘todo’ sea de nuevo jibarizado, actuando como un modificador de grado, y te quedará… ‘to guapo!’. «Los usuarios de las redes sociales se caracterizan por la libertad y la creatividad en el empleo del lenguaje», concluye Vela. «Podemos pensar en beneficios concretos, que tienen que ver con esa necesidad de acercar la escritura a la oralidad, por ejemplo, para evitar malentendidos», explica Carlota De Benito, experta en comunicación digital y profesora de la Universidad de Zúrich.

Los cambios operan en todos los niveles del código lingüístico. Algunos estudiosos hablan por ello de una ‘antiortografía’, en la que conviven faltas debidas a la ignorancia —la confusión con el adverbio de lugar ‘ahí’ [«hay no termina la cosa»]— con otras que son heterografías, desviaciones intencionadas de las normas, a manos de unos bucaneros lingüísticos que hacen suyo el lema «Llegué, tuiteé, vencí». «Tales transgresiones pueden suponer un problema para la competencia lingüística de los jóvenes (y quizás, para la de los no tan jóvenes) que posean unos conocimientos vacilantes sobre las reglas ortográficas», advierte Mancera.

Tras sus investigaciones, esta experta en comunicación digital distingue tres grupos entre las heterografías del nuevo medio: 1) Aquellas que parecen responder a un propósito de imitación de la oralidad coloquial. 2) Las que son fruto de una convención ortográfica alternativa. 3) Las motivadas por la creatividad de los hablantes.

Pensemos por un momento en la mímesis de la oralidad. ¿Cuántas veces habremos visto escrito, en guasap o Twitter, reproducciones del seseo (un abraso!!!) o el yeísmo (sta tarde te voi a yaaamarr), o la monoptongación de [ue] (pos aquí llueve), o el bieeen para intensificar… intentando representar en escritura muchos de los rasgos dialectales característicos del español.

Pasemos ahora a algunas de las convenciones: como utilizar el grafema equis para substituir la sílaba por o a la preposición homógrafa («xq yo lo digo»), la ya mencionada desaparición de vocales («ls podemos quitar vmos»), el uso de abreviaturas extendidas en las redes sociales como Bss (representación del sustantivo plural ‘besos’) o el sintagma ‘fin de semana’ convertido en finde (también para la poli), o los importados de anglicismos, como el LOL, abreviatura de Laughing out loud (reírse en voz alta), el siempre acertado WTF! (What the Fuck), para mostrar perplejidad, etc. Se han convertido en señas de identidad, subcódigos comunicativos, marcas grupales.

Los cambios en la lengua se producen a lo largo de los siglos, y no son nada nuevo. La adaptación de sus usuarios a los nuevos contextos, tampoco. La expansión del cristianismo trajo consigo una explosión textual en la Edad Media. «La fiebre de tratados religiosos auspició el surgimiento de una cantidad inmensa de signos de puntuación que los grecolatinos, con mucha menos tradición textual, no habían necesitado hasta entonces», explica Álvarez Mellado. Quizás, la diferencia, al menos en el ámbito coloquial digital, sea la velocidad aparente de estas transformaciones.

La mayoría de los expertos consultados por Archiletras consideran que este tipo de subversiones no van a tener mayores implicaciones. No enloquecerán los géneros formales. No harán que nuestros hijos mascullen consonantes. Dependerá siempre de lo efímeras que sean las variaciones o las tecnologías, del tiempo necesario para que las adopten otros discursos. «Nos falta todavía perspectiva histórica para averiguar qué se quedará y qué se irá, pero lo que es seguro es que verlo va a ser muy emocionante», explica De Benito.

Quizás con el tiempo algunos cambios sobrepasen el género, y el interrogante inicial, por ejemplo, pueda desaparecer, u ocurra que ‘es que’ se escriba junto [esque], como pasó hace siglos con el pero. Las profecías del caos lingüístico, sin embargo, no parecen plausibles. «Lo que marque una diferencia de significado no va a desaparecer, no vamos a dejar de acentuar, vamos», explica Bach. «Se están creando nuevos géneros y se va redefiniendo cómo se utilizan. Esto ha venido a enriquecer, y lo importante es saber dónde estamos en cada momento: si en las escuelas se enseñan todos los géneros y registros, se podrá seguir acentuando y saber cuándo toca y no toca, porque quizás ya no sea necesario hacerlo en WhatsApp», concluye.

Las personas, los usuarios, sus bocas, dedos, teclas, e innovaciones, la sociedad, en su conjunto, determinarán los cambios. En realidad, hoy escriben más que antes. Hay estudios que apuntan que los nuevos géneros informales pueden otorgar más competencia a la larga hacia los formales. Quizás leamos peor, por falta de concentración, pero no nos engañemos: la lectura nunca fue trending topic. «Los lingüistas siempre habíamos preferido la teoría a la lengua real, pero ahora se ha revalorizado lo visual, y también lo informal», concluye Sampietro.

Seguiremos muy atentos a ti, wikilengua. Eres el texto oralizado, la imagen flexible, la grafía esquiva, irónica, cercana, lúdica, emotiva, afectiva, multimodal, muy expresiva, proxémica, colorida, ornamental, cinésica… Eres como un díscolo sufijo de grado superlativo que cabalga sobre las crines de los discursos emergentes. Para los más catastrofistas: seguirás siendo, es cierto, solo una cabronérrima (con perdón).

Tu forma de llamar la atención en Twitter nos parecerá siempre horripilante: hoygan! (neologismo y marca grupal de ‘escuchen’, en cristiano analógico)… Así que hoygan!, queridos lectores, x aki sumergimos este discurso. Besis a tod@s. Aunque no me digan que no sta wuapo pensar en las variaciones lngstks, en el presente y el futuro de esta maravilla creativa que compartimos…

Antes de saltar a la próxima pantalla, recuerden, plis, aquel pobre punto y coma entre corchetes: [;]. Les hemos mentido. No va a desaparecer. Ahora es un oso panda de ciudad. Un leopardo de las nieves icónicas. Cosmopolita, significa hoy otra cosa: nada menos que el guiño universal para marcar ironía. Fue el primer emoticono en la Red, y con él, si nos permiten, cerraremos este reportaje: 😉

Variaciones lingüísticas: lengua digital en continua renovación

‘Ojalá’ sin verbos conjugados. «Ojalá ya en casa; ojalá comer albóndigas». La multimodalidad del entorno digital permite ‘contaminaciones’. A falta de estudios, los expertos creen que este nuevo uso del ‘ojalá’ se ha originado por similitud con la sintaxis del hashtag y del pie de foto.

Intensificadores y otros usos coloquiales: El uso lúdico del lenguaje, centrado también en el propósito comunicativo y la estrategia, para crear a veces una atmósfera de familiaridad, ha fomentado variaciones, que afectan, entre otros, a la sufijación apreciativa (‘holi’, ‘besis’) y a los intensificadores («estoy llorando fuerte», «estoy puto flipando», «vaya fantasía de vestido»).

SAD! (Irónico): Uno de los ejemplos de lo rápido que una innovación aparece en escena. El estilo de tuitear de Donald Trump acaba teniendo su imitación retórica. A los pocos días de estar en la Casa Blanca muchos internautas terminaba sus mensajes con: ‘SAD!’. En mayúsculas y para cerrar. Es como una broma privada pero a escala pública.

Puntuación expresiva. Su uso digital es más expresivo que sintáctico. La puntuación es pragmática. El modo normativo del punto o la coma tiende a desaparecer, mientras que los signos de puntuación doble, exclamaciones o interrogaciones, se duplican. Los puntos suspensivos adquieren nuevos significados (separadores, conversación inacabada, titubeos…).

Énfasis. Para dar énfasis se usan mayúsculas o la repetición de vocales. Ocurre en las articulables -como ‘bieeeen’- y las no articulables, como ‘graciasss’.

Interjecciones. Para marcar estado de ánimo, como del inglés ‘oops’, o el clásico ‘ay!’. Una de las más frecuentes es el uso de la risa: ‘jaja’. Se utiliza para crear ironía o establecer compresión del humor. En este sentido, es también muy utilizado el emoticono de las lágrimas de alegría o incluso el lloro.

Situaciones interaccionales. Influyen en la comunicación pues se están creando reglas de tipo interaccional y estrategias de adaptación en el diseño de las aplicaciones. Por ejemplo, determinar que el interlocutor está preparado para iniciar la conversación o evitar solapamientos. En el WhatsApp tenemos los marcadores de color azul.

Emoticonos. Desde la aparición del primer emoticono en 1982, en la Universidad Carnegie Mellon, con el famoso icono ‘:-)’, han evolucionado muchísimo, y son múltiples sus funciones. Los más utilizados son las caritas (principalmente positivas). Se usan en vez del punto final de una conversación. En Twitter la última tendencia es el emoji del megáfono para indicar algún tipo de protesta, o la imagen de reciclaje.

«Ola k ase»: Este famoso meme se cree que nació como respuesta a otra frase en Internet que decía así: «LoOOZz ke ezZcrib3nN AZzzZZziiii de BoOnithooOOO y LegiiiiBLeee».

 

Este reportaje es uno de los contenidos del número 6 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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