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08 Ene 2019
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Un toque de atención sobre desviaciones normativas, cambios lingüísticos, expresiones de moda y nuestra capacidad de acogida de palabras procedentes de otras lenguas.

Mª Ángeles Sastre

Profesora de Lengua Española en la Universidad de Valladolid. Me llama la atención cómo habla la gente, cómo escribe, cómo dice sin decir, cómo maquilla lo que dice, cómo transgrede con el lenguaje, cómo nos dejamos engañar por los políticos. Leo la letra pequeña en la publicidad y los periódicos de pe a pa. Y encuentro de todo.

«El viagra» y «la viagra»

La palabra «viagra» se ha añadido al diccionario académico en diciembre de 2018 con el significado de ‘medicamento utilizado para el tratamiento de la disfunción eréctil masculina’.

El pasado 21 de diciembre la RAE presentó la segunda actualización de la versión en línea del Diccionario de la lengua española. Un total de 2.451 modificaciones –adiciones, enmiendas y supresiones–, que se suman a las 3.345 de diciembre de 2017. Estamos ahora en la versión electrónica 23.2. Cuatro años desde que salió a la luz la edición en papel y casi seis mil modificaciones condenan al volumen en papel a mero adorno de estantería para un usuario exigente. Así que no es de extrañar que la institución académica regale (perdón, done, según sus palabras) ejemplares del diccionario porque no ha podido venderlos.

Uno de los vocablos que se han añadido al diccionario es viagra, con el significado de ‘medicamento utilizado para el tratamiento de la disfunción eréctil masculina’. En la información gramatical aparece “m. o f.”, que quiere decir que la palabra viagra es un nombre ambiguo en cuanto al género y puede usarse como masculino o como femenino (el viagra genérico es un poco más barato, la viagra genérica es un poco más barata).

Puede resultar llamativa la inclusión de un nombre procedente de una marca registrada, pero en los diccionarios no son infrecuentes. Es verdad que no abundan los de medicamentos: la 22.ª edición del diccionario académico solo registraba aspirina, aureomicina y estovaína; la 23.2 edición ha añadido viagra.

Lo que me resulta sorprendente es la ausencia de criterio para la inclusión de este tipo de términos. ¿Por qué no se han registrado optalidón, valium, almax, simtron, adiro, enalapril o voltarén, por poner solo algunos ejemplos? Hablemos de frecuencia de uso: podemos considerar que el optalidón, estrella indiscutible en las farmacias en los años 80 del siglo pasado, hoy está fuera de combate; pero Adiro fue el medicamento más vendido en España en 2016 (según datos de la consultora QuintilesIMS, ahora IQVIA), seguido de Nolotil y de Enantyum.

No sé, la verdad, qué ha llevado a la inclusión de la palabra viagra en el diccionario. No es un disparate, claro está, pero sí se echa de menos cierto método en la adición y supresión de términos. A mí la inclusión de este término me huele a postureo: hay más de imagen y de apariencias que de verdadera motivación. Y como remate asimétrico, la píldora anticonceptiva sigue siendo “la píldora” por antonomasia más de medio siglo después de su legalización. ¿Acaso el viagra (o la viagra) no es también una píldora –azul para más señas–?