Colores sufridos. Una diferencia trasatlántica
En Valladolid, donde vivo, ya ha venido el frío y hemos sacado los abrigos. Por los Santos se sacaban antes; ahora la gente los saca cuando le parece.
En ello iba pensando el otro día, en lo de ‘sacar’ la ropa de invierno, cuando me vino a la cabeza mi obsesión de niña (y de jovencita) por tener un abrigo naranja. «Los abrigos tienen que ser de colores sufridos –decía mi abuela, que era quien me los hacía– para que no se manchen tanto». Y lo ‘sufrido’ del color se traspasaba al abrigo: «Qué abrigo tan bonito –decían–. Y qué sufridito». Mis abrigos no pasaban entonces del color marrón, verde oscuro, granate o tostado (el beis era muy poco sufrido). El negro llegó después.
En Montevideo la hermana de un amigo se probó unos pantalones blancos preciosos (‘muy lindos’ le dicen allá) que le sentaban como un guante, pero no se los llevó porque «el blanco es muy sufrido, –dijo–». Me descolocó. Y para acabar de rematarlo: «Un color sufrido es un color que da mucho trabajo porque se mancha mucho».
Llevo muchos años detrás de esta diferencia, pero no he encontrado muchas ‘evidencias’ de este uso. Es lo que pasa cuando se va a la caza de algo, que cuesta encontrarlo. He buscado en diccionarios del español de América, incluido el Diccionario de americanismos, de la RAE, y nada. El Diccionario de la lengua española, de la RAE, sí aporta información, que avala el uso en el español de España: bajo la entrada sufrido puede leerse: «dicho de una cosa, especialmente de un color: que no se deteriora o no parece deteriorarse o ensuciarse con el uso».
Hace unas semanas, leyendo un libro de Fernando Peña, un actor y periodista uruguayo que vivió casi siempre en Buenos Aires, se me hizo la luz. El libro se titula A que no te animás a leer esto. Habla de colores sufridos: «el color arena es sufrido y da trabajo»; «el color hueso es muy sufrido y da trabajo: Sería mejor un verde musgo».
Son las únicas muestras que he podido documentar de esta diferencia entre el español de Argentina y Uruguay y el español de España. E ignoro si es extensible al resto de países hispanoamericanos. Un ejemplo de cuánto nos une y cuánto nos separa a los hablantes de español. Y de cuánto ignoramos los unos de los otros.