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18 Ene 2019
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Un toque de atención sobre desviaciones normativas, cambios lingüísticos, expresiones de moda y nuestra capacidad de acogida de palabras procedentes de otras lenguas.

Mª Ángeles Sastre

Profesora de Lengua Española en la Universidad de Valladolid. Me llama la atención cómo habla la gente, cómo escribe, cómo dice sin decir, cómo maquilla lo que dice, cómo transgrede con el lenguaje, cómo nos dejamos engañar por los políticos. Leo la letra pequeña en la publicidad y los periódicos de pe a pa. Y encuentro de todo.

Yo cambio, tú descambias… ¿Se puede descambiar?

Enero es el mes por excelencia de las rebajas de invierno y de las ventas en el hemisferio norte.

Y un mes con cuesta en la cultura española, la famosa cuesta de enero, difícil de sobrellevar económicamente como resultado del aumento del nivel de gasto personal y familiar en las fiestas navideñas.

A partir del 7 de enero, personas que no han quedado del todo satisfechas con sus regalos de Reyes pretenden devolverlos o cambiarlos. Y muchas personas los descambian. En Valladolid descambiamos lo que hemos comprado si no nos gusta más veces de las que lo cambiamos por el mismo motivo.

Como todo el mundo, cambiamos las cosas de sitio, nos cambiamos de casa, de barrio, de ciudad y de trabajo. Cambiamos cromos, cambiamos dinero y también cambiamos ‘moneda’ (euros por coronas checas, por ejemplo). Nos cambiamos de ropa o de calzado. Cambiamos o intercambiamos impresiones, sonrisas, miradas… Cambiamos los muebles de un sitio a otro, cambiamos a los bebés (de pañales y de ropa, claro está, no a un bebé por otro). Cambia el viento y también el tiempo (decimos que el tiempo está de cambio). Cambiamos de marcha o de velocidad cuando conducimos si no tenemos un vehículo ‘automático’. Cambiamos de estilo, de corte de pelo, de peluquería y de supermercado. Cambiamos de coche, de bici, de televisión, de gafas, de sofá… Y cambiamos de aires y de vida.

Pero, qué se le va a hacer, descambiamos lo que hemos comprado, tanto si no nos gusta como si nos hemos precipitado en la compra (y pedimos que nos devuelvan el dinero) o si nos hemos equivocado de talla o lo queremos en otro color.

Y mucha gente dice que usamos mal el verbo descambiar. El verbo descambiar está en el diccionario académico desde 1843 con el significado de ‘destrocar’ (deshacer un trueque). Hasta la 21.ª edición (1992) no se registra el significado que nos interesa (‘devolver lo comprado a cambio de dinero u otro artículo’); significado que debió de asustar o qué sé yo a los académicos porque desaparece en la 22.ª (2001), que lo restringe a ‘destrocar’. Y así sigue en la 23.ª (2014) levemente modificado: ‘deshacer un cambio’.

En el Diccionario de uso del español, de María Moliner (3.ª ed.), aparece registrada la acepción ‘devolver algo que se había comprado a cambio de otra cosa o del dinero pagado’ con la etiqueta inf. (informal). Y también en el Diccionario de uso del español de América y España (2001): ‘cambiar o devolver al vendedor el objeto de una compra a cambio del importe pagado por él o de otro producto’, esta vez con la etiqueta col. (coloquial). Así que yo pienso seguir descambiando.

Se mantiene desde 2001, referido a América, el significado de ‘convertir billetes o monedas grandes en dinero menudo equivalente o a la inversa’ (No tienen sencillo, abuelito, voy a descambiar). O sea, que en América ‘descambian’ lo que nosotros cambiamos. Eso de “pago yo, que tengo que cambiar” se convierte, en boca de un hispanoamericano, en “pago yo, que tengo que descambiar”. Nosotros queremos cambio y ellos quieren sencillo.