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03 Feb 2020
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Detrás de cada palabra hay un rastro lingüístico que puede delatarte

Sheila Queralt

Perito en lingüística forense. Con mis análisis científicos de la lengua contribuyo a cazar delincuentes.

Sé que no lo has escrito tú

Estos días se celebra en mi segunda casa la BCNegra 2020. Un evento que este año cumple 15 ediciones, lo cual demuestra su rotundo éxito.

Cada año sigo con gran entusiasmo todos sus eventos, en especial, aquellos que reúnen a los autores de crímenes reales. Quién sabe si en un futuro sea uno de ellos… (Entiéndeme, no protagonista de un crimen real, sino narradora de casos reales en los que he participado como lingüista forense).

En cualquier caso, lo que más disfruto es leer novela negra. Generalmente, me da fijación por un tema durante una temporada y devoro decenas de libros sobre ese tema en un período de tiempo relativamente corto. Este agosto, por ejemplo, me dio por asesinos en serie españoles y devoré una quincena de libros. De hecho, fue gracioso, porque los apilé todos en el salón de casa de mis padres y cuando vieron los títulos se me quedaron mirando y me preguntaron si tenía algo que contarles.

Y tengo que confesar que… No, no estoy planeando matar a nadie. Lo que pasa es que, muchas veces (y sobre todo cuando se trata de autores de renombre) dejo de leerlos porque rápidamente me doy cuenta de que la autoría del texto no corresponde con quien lo firma. No es algo extraño ni que no se conozca en el mundo editorial: hay libros que los firman personas famosas (deportistas, youtubers, faranduleros…) que se encargan a otros. Seguro que te suena el caso de Ana Rosa Quintana, en el que se acabó sabiendo que su libro Sabor a hiel lo había escrito su excuñado y que, además, plagiaba páginas de tres libros distintos (aunque fue solo por esto último por lo que Planeta lo retiró).   

Te preguntarás cómo detecto si un libro se ha encargado a un autor fantasma. En algunos casos, es evidente que esa persona no lo ha escrito porque no tiene tiempo, porque no domina el arte de la escritura, porque se dedica a otras cosas… Pero, la verdad, esos ya ni los compro. Los casos más interesantes son los de escritores o divulgadores conocidos. Cada autor deja una serie de rasgos propios que caracterizan su escritura y que hace que cuando lo leas seas capaz de reconocerlo. Por ejemplo, no esperas una obra de Góngora que no esté repleta de metáforas intrigantes o hipérbatos propios de su sintaxis alterada, una obra de Stephen King sin un lenguaje informal y sin sus fantásticas palabras malsonantes o un escrito de Lucía Etxebarria sin el uso de la primera persona, sin estrategias propias de la argumentación y la persuasión, y sin personajes femeninos que describen sus sentimientos, percepciones y relaciones. 

Este tipo de rasgos (a los que los lingüistas forenses llamamos rasgos idiosincráticos) definen a un escritor y, si no los encuentras cuando lees uno de sus textos, sospecha que quizá no lo ha escrito él. Por cierto, seguro que ahora que ya has leído varias entradas mías, has descubierto algunos de mis rasgos idiosincráticos. (¡Cómo no!).