Pistas lingüísticas en el relato de los menores víctimas de abusos sexuales
Hace unos días, la Fundación Anar publicó un estudio en el que analizaba más de 6 000 casos relacionadas con el abuso sexual infantil de los últimos diez años.
También la semana pasada, el Parlamento Europeo pedía a las autoridades españolas que respondieran sobre un caso de abusos a menores tutelados en Baleares. Y es que parece que este tipo de delitos es puntual, pero no es así; lo que sucede muchas veces es que los menores son silenciados.
Cuando nos enfrentamos a la evaluación de este tipo de testimonios, los lingüistas forenses muchas veces debemos combatir la idea de algunos investigadores de que cuando el menor utiliza palabras de adulto, es decir, que no corresponden con las esperables a su edad, es posible que su relato haya sido construido, manipulado o alterado. Desde el punto de vista lingüístico, esto no es tan sencillo. En estos casos es muy importante tener en cuenta la edad del menor, pero también sus experiencias. El proceso de adquisición del lenguaje (que incluye el vocabulario o la estructuración de la narración) se produce a partir de interacciones y, en este caso, el contexto de interacción del menor con el agresor podrá ser clave para asesorar a los cuerpos policiales sobre la naturaleza de su discurso.
En algunos casos, el análisis de las declaraciones de estos menores puede aportar pistas incluso sobre algunos de los rasgos sociolingüísticos del agresor, ya que el menor adopta los vocablos que utiliza este adulto y los reproduce. Generalmente, estos términos están relacionados con el ámbito de la sexualidad y nos pueden aportar la edad y el origen más probables del agresor. Por ejemplo, si nos queremos referir a nuestros músculos glúteos, podemos utilizar palabras como culo, trasero, pompis, nalgas, cachas, cachetes, cola, fundillo, pandero, poto, retaguardia, asentaderas… Y la elección de una de estas opciones nos puede dar pistas sobre el perfil sociolingüístico del agresor.