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17 Feb 2020
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Detrás de cada palabra hay un rastro lingüístico que puede delatarte

Sheila Queralt

Perito en lingüística forense. Con mis análisis científicos de la lengua contribuyo a cazar delincuentes.

Divorcios conflictivos, menores y ¿manipulación del discurso?

En casos de divorcio conflictivos es probable que uno de los progenitores pretenda producir el rechazo del hijo hacia al otro para producir el mayor daño posible a la expareja.

Puede parecer que se trata de casos muy esporádicos, pero desafortunadamente, recibo bastantes consultas relacionadas con este tema. En estos casos se requiere de mi pericia para determinar si el discurso del menor puede estar manipulado por el progenitor. 

Hay una batería de correlatos lingüísticos que pueden ser indicadores de que las palabras del menor, a pesar de salir de su boca, han estado influenciadas por un adulto. Generalmente, lo que sucede es que el adulto planta la semilla de una idea en la cabeza del menor, la riega frecuentemente y el pequeño la desarrolla como algo natural. Y ¿cómo lo puedo detectar? Seguro que muchas veces has oído a un niño decir algo y has pensado que eso no era propio de un niño. Pues por ahí va la cosa. 

Para esclarecer este tipo de casos, necesito poder analizar el discurso del menor. Muchas veces, el material que me llega es la grabación de una entrevista entre el menor y un experto, como un psicólogo o un asistente social. Lo que hago es un análisis del contenido, es decir, destripar su discurso y crear un mapa de las ideas o conceptos clave en él. A partir de ahí, observo si hay ideas que se repiten y, si es así, con qué frecuencia. Si hay una repetición muy frecuente y, sobre todo, si el menor expresa esas ideas repetidas mediante las mismas construcciones, saltan todas las alarmas.

También analizo los vocablos con carga negativa, es decir, aquellas palabras que el menor utiliza para desvalorizar, insultar o menospreciar, en estos casos, al adulto del que habla. Después de identificarlas, determino si estas palabras malsonantes son propias para su edad. Por ejemplo, normalmente, no es esperable que un menor de cuatro años se refiera a su padre diciendo que «Es un cerdo». Y digo normalmente porque no solo se trata de cómo hablan los niños en general, sino que también se tienen que tener en cuenta las características y las preferencias lingüísticas del menor que se está analizando. (No es lo mismo criarse con Mary Poppins que con el Monstruo de las Galletas). Volviendo al ejemplo, por lo general, sería más esperable que nuestro menor de cuatro años utilizara términos como marranete o guarrindongo para describir al adulto con hábitos de higiene deficientes.

Estos encargos son muy delicados y deben tratarse con suma cautela. Repito (las veces que sea necesario): deben tenerse en cuenta las características propias de cada niño, así como las de su entorno, para poder establecer qué sería lo esperable en su discurso. Solo incluyendo en el análisis el mayor número de variables posible podremos llegar a una conclusión sólida sobre la probabilidad con la que el testimonio de ese menor puede haber sido influenciado por un adulto cercano a él.