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09 Dic 2023
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

Villamediana, el creador de la sátira política


No hubo “mujer que no le adorara» ni «hombre que no le temiera”, como decían de él unos versos laudatorios de su tiempo. Su tiempo fue el de Góngora, del que era amigo, y el de Quevedo y Lope de Vega. Estamos en el paso del siglo XVI al siglo XVII, en la mitad de nuestros Siglos de Oro. En Madrid, en la Corte. Murió asesinado a puñaladas. Quizás fue un crimen de Estado. Hablamos de Juan de Tassis y Peralta, conde de Villamediana, poeta valioso. Hacía con la misma habilidad delicados sonetos amorosos que descarnados poemas satíricos.

Villamediana era un noble de rancio abolengo. Su abuelo, su padre y él mismo fueron Correo Mayor del reino, título creado por la Corona para promover, organizar y administrar las antiguas postas, antecedentes remotos del servicio postal. Su abuela paterna era descendiente directa de Pedro I, el rey justiciero para sus partidarios y cruel para sus adversarios. 

Él nació en Lisboa diríamos que por accidente, en 1582. Su padre (y con él su madre, claro) formaba parte del séquito que acompañaba a Felipe II cuando se convirtió en rey de Portugal. El padre de Villamediana era un hombre pendenciero, tenía la cara cubierta de cicatrices causadas en al menos cinco duelos de honor, de todos los cuales había salido victorioso. El hijo, nuestro poeta de hoy, vivió desde crío en el ambiente de la Corte, rodeado del pendenciero padre, sí, del que algo o bastante se le pegó, pero también de muy buenos instructores personales. Acabó siendo un tipo cultísimo e ingenioso, y también deslenguado, crápula, libertino y mujeriego. Muy conocido, para bien y para mal, en la Corte de Valladolid y de Madrid de Felipe III y de Felipe IV. 

Vestía como un dandy, y –diríamos hoy– marcaba tendencias. Le gustaban las joyas, los caballos y la buena vida. Jugaba y apostaba a los naipes, y en ocasiones no pagaba sus deudas. Era bisexual practicante, lo que le costó un proceso legal por sodomía del que aún hoy se ignoran los detalles. Y fue, además, y por eso lo traemos hoy aquí, un poeta técnicamente excelso; culterano militante: es decir, partidario de Góngora y de su corriente poética. 

Desterrado varias veces de la Corte, unas por escándalos económicos o por sus líos de amores y otras por sus versos satíricos contra la alta nobleza –incluido el valido del rey, el duque de Lerma, probablemente el mayor ladrón de la historia del España–, Villamediana murió de un modo extraño: asesinado a cuchilladas, cuando al atardecer del domingo 21 de agosto de 1622 regresaba en su carruaje desde el Palacio Real a su casa, en el número 4 de la calle Mayor de Madrid. Su amigo y protegido Góngora lo contó así en una carta: “en la calle Mayor, salió de los portales que están a la acera de San Ginés un hombre que se arrimó al lado izquierdo que llevaba el Conde, y con arma terrible de cuchilla, según la herida, le pasó del costado izquierdo al molledo del brazo derecho, dejando tal batería que aun en toro diera horror”.

Su muerte fue un escándalo que sacudió la sociedad madrileña, y no solo la literaria. Unos creyeron ver la mano del poder detrás del crimen, quizá la del propio rey. Otros, de los acreedores del conde. Otros más, de sus andanzas con mujeres casadas o con jovencitos… Pronto circuló por la corte esta décima anónima:

-Mentidero de Madrid,
decidnos, ¿quién mató al Conde?
-Ni se sabe ni se esconde:
sin discurso discurrid.
-¿Dicen que lo mató el Cid
por ser el Conde lozano?
-¡Disparate chabacano!
La verdad del caso ha sido
que el matador fue Bellido
y el impulso soberano.

Ojo a esos dos últimos versos: “Que el matador fue Bellido / y el impulso soberano”. Parecen una referencia a Bellido Dolfos, el noble zamorano que por encargo de Urraca de Castilla y quizás con el conocimiento del luego rey Alfonso VI mató al rey Sancho II. Os lo conté aquí cuando hablamos del romance de la Jura de Santa Gadea. 

La hipótesis de que detrás del asesinato de Villamediana estaba el rey Felipe IV se basa en que había corrido por la Corte la especie de que el Conde era amante de la reina, Isabel de Borbón, e incluso amante de una de las amantes del rey, doña Francisca de Tabara.

Por si aún no conocéis bien a nuestro poeta de hoy, os completo el retrato con uno que le hizo Antonio Hurtado de Mendoza, un dramaturgo y poeta de segunda o tercera fila en aquellas décadas pobladas de genios. Se lo hizo en verso, en dos décimas que dicen esto de Juan de Tassis y Peralta:

Ya sabéis que era Don Juan
dado al juego y los placeres;
amábanle las mujeres
por discreto y por galán.
Valiente como Roldán
y más mordaz que valiente…
más pulido que Medoro
y en el vestir sin segundo,
causaban asombro al mundo
sus trajes bordados de oro…

Muy diestro en rejonear,
muy amigo de reñir,
muy ganoso de servir,
muy desprendido en el dar.
Tal fama llegó a alcanzar
en toda la Corte entera,
que no hubo dentro ni fuera
grande que le contrastara,
mujer que no le adorara,
hombre que no le temiera.

Ya sabemos de su vida, de su muerte y de sus andanzas. Vamos ahora con su obra. En ella abundan los poemas satíricos, muy incisivos e ingeniosos, contra la clase alta de su tiempo, a la que él mismo pertenecía. Hay también otros de tema mitológico, algunos de ellos oscuros –como los de su maestro Góngora–, oscuros para un lector de entonces y de hoy. Y otros muchos de asunto amoroso en los que Villamediana se desenvuelve con igual pericia en tonos petrarquistas tardomedievales y en otros ya plenamente barrocos.

Su sátira política es muy peculiar. No insinúa, señala. Señala casi siempre con nombres y apellidos. De dos actores muy famosos, el matrimonio formado por Josefa Vaca y Juan de Morales, dice en un soneto: “ella es simple y él es loco”. De Pedro Vergel, que era alguacil de corte, un cargo oficial, dice esto en una célebre redondilla:

¡Qué galán que entró Vergel
con cintillo de diamantes,
diamantes que fueron antes
de amantes de su mujer!

Y añade en una décima, de nuevo para llamarle cornudo al citado alguacil:

Disfrazado en caballero
Vergel en la plaza entró
y el toro le derribó
y cayósele el sombrero.
Aunque con armas de acero
fue del toro conocido
y viéndose de él vencido,
humilló sus armas dos
diciendo: “Vergel, a vos
todo cuerno sea rendido”.

Ni siquiera el rey y los más poderosos dignatarios de la Corte quedan fuera de la crítica de Villamediana. En un poema titulado Procesión y dedicado “A Felipe IV, recién heredado”, es decir, recién llegado al trono, le pide al monarca que acabe con la corrupción generalizada en la corte en tiempos de su padre y antecesor, el rey Felipe III. Y se lo pide así, atención:

¡Dilín, dilón,
que pasa la procesión!

No será sin gran concierto,
viendo hurtar tan excesivo,
remedie Felipe el vivo
lo que no remedió el muerto.
Todos tengan por muy cierto
que no ha de quedar ladrón
que no salga en el padrón
que hoy hace Felipe cuarto,
viéndose así, sin un cuarto,
y otros con casa y torreón.

¡Dilín, dilón!

La procesión se comienza
de privados alevosos,
de ministros codiciosos
y hombres de poca conciencia.
No hay sino prestar paciencia:
todo falsario y ladrón
a destierro y privación.
Con tan enormes delitos
no es mucho todos den gritos.
Obedecer, y chitón.

¡Dilín, dilón!

En primer lugar va Uceda,
que ha sido ladrón sin tasa,
como lo dice su casa,
donde ya tañen a queda.
Ya se deshizo la rueda
de su vana presunción,
ya su tirana ambición
se acabó con su poder;
de Dios llegó a merecer
hacer nuestra redención.

¡Dilín, dilón!

Ese “Uceda, que ha sido ladrón sin tasa” es el duque de Uceda, hijo del Duque de Lerma, ambos, padre e hijo, validos del rey muerto, Felipe III, en distintas etapas. 

Nada extraño que a Villamediana lo consideren los expertos como el creador de la sátira política. Hay incluso un estudioso, el profesor y crítico literario Juan Manuel Rozas, biógrafo del Conde, que presenta a Villamediana como el iniciador en España de lo que llama “la poesía de protesta”.

Vamos ahora con el otro Villamediana, el de la poesía llamada seria: religiosa, mitológica, patriótica, amorosa. Los sonetos son su estrofa preferida. Este primero que os traigo es muy temprano, es uno de los llamados ‘sonetos juveniles’ del autor. Tiene un aire petrarquista de gran altura lírica. Dice así:

Nadie escuche mi voz y triste acento,
de suspiros y lágrimas mezclado,
si no es que tenga el pecho lastimado
de dolor semejante al que yo siento.

Que no pretendo ejemplo ni escarmiento
que rescate a los otros de mi estado,
sino mostrar creído, y no aliviado,
de un firme amor el justo sentimiento.

Juntose con el cielo a perseguirme,
la que tuvo mi vida en opiniones,
y de mí mismo a mí como en destierro.

Quisieron persuadirme las razones,
hasta que en el propósito más firme
fue disculpa del yerro el mismo yerro.

El segundo es un soneto de reflexión filosófica, lleno también, como el anterior, de los juegos de palabras tan típicos del barroco. Dice así: 

Cuando me trato más, menos me entiendo,
hallo razones que perder conmigo,
lo que procuro más, más contradigo
con porfiar y no ofender sirviendo.

La fe jamás con la esperanza ofendo,
desconfiando más, menos me obligo;
el padecer no puede ser castigo,
pues sólo es padecer lo que pretendo.

De un agravio, señora, merecido,
siempre será remedio aquel tormento
que cuanto mayor es, más se procura;

porque para morir agradecido
basta de vos aquel conocimiento
con que nunca eche menos la ventura.

El tercer soneto, con el que vamos a acabar, es un soneto sobre el amor y parece una glosa de uno anterior de Lope de Vega que ya hemos comentado en este espacio. El de Lope comenzaba con este cuarteto memorable, recuerda:

Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;

En ambos, y en otros más, secuelas del de Lope de Vega, el poeta describe el amor mediante la enumeración de una serie de términos, la mayoría verbos y adjetivos. «Esto es amor, quien lo probó lo sabe», dice el último verso del de Lope. «Esto es amor, y lo demás es risa», dice en su final un soneto paródico, quizás de Quevedo. «Efectos son de Amor, no hay que espantarse, / que todo del Amor puede creerse», acaba diciendo Villamediana en el suyo.

Vamos con el de Villamediana al completo. Dice así: 

Determinarse y luego arrepentirse,
empezarse a atrever y acobardarse,
arder el pecho y la palabra helarse,
desengañarse y luego persuadirse;

comenzar una cosa y advertirse,
querer decir su pena y no aclararse,
en medio del aliento desmayarse,
y entre temor y miedo consumirse;

en las resoluciones, detenerse,
hallada la ocasión, no aprovecharse,
y, perdida, de cólera encenderse,

y sin saber por qué, desvanecerse:
efectos son de Amor, no hay que espantarse,
que todo del Amor puede creerse.