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20 Mar 2022
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

Soneto sobre la red de Amor, de Hernando de Acuña

Dígame quién lo sabe: ¿cómo es hecha
la red de Amor, que tanta gente prende?
¿Y cómo, habiendo tanto que la tiende,
no está del tiempo ya rota o deshecha?

¿Y cómo es hecho el arco que Amor flecha,
pues hierro ni valor se le defiende?
¿Y cómo o dónde halla, o quién le vende,
de plomo, plata y oro tanta flecha?

Y si dicen que es niño, ¿cómo viene
a vencer los gigantes? Y si es ciego,
¿cómo toma al tirar cierta la mira?

Y si, como se escribe, siempre tiene
en una mano el arco, en otra el fuego,
¿cómo tiende la red y cómo tira?

Hombre de armas y de letras, soldado y poeta, como tantos otros de sus ilustres contemporáneos (Garcilaso, Diego Hurtado de Mendoza, Gutierre de Cetina…), el vallisoletano Hernando de Acuña (1518-1580) tuvo, junto a todos los citados, un papel relevante en el tránsito que la poesía en español experimenta en la primera mitad del siglo XVI, desde los metros tradicionales castellanos a los que nos llegan desde Italia con el Renacimiento.

De Acuña era de familia noble. Fue soldado en las campañas de Italia y de Alemania en los ejércitos imperiales de Carlos I y de Felipe II. Participó en la famosa batalla de San Quintín, en tiempos del segundo. El primero lo había nombrado gobernador de Cherasco, en el Piamonte, tras rescatarlo de manos de los franceses. Un soneto del vallisoletano dedicado precisamente a Carlos I es uno los más famosos de nuestra lírica de todos los tiempos. Dice así: «Ya se acerca, Señor, o ya es llegada / la edad gloriosa en que promete el cielo / una grey y un pastor solo en el suelo / por suerte a vuestros tiempos reservada. / Ya tan alto principio en tal jornada / os muestra el fin de vuestro santo celo / y anuncia al mundo, para más consuelo, / un monarca, un imperio y una espada. / Ya el orbe de la tierra siente en parte / y espera en todo vuestra monarquía, / conquistado por vos en justa guerra. / Que a quien ha dado Cristo su estandarte / dará el segundo más dichoso día / en que, vencido el mar, venza la tierra». El octavo endecasílabo, ese «un monarca, un imperio y una espada», es uno de los versos más célebres de nuestra historia literaria, y una de las frases más citadas y mas controvertidas de nuestra historia política.

Hacia 1560, De Acuña deja la vida militar -y en Italia a las damas a las que había dedicado versos al modo italianizante- y vuelve a España, se casa con una prima suya y se instala en Granada, donde acompaña al gran Hurtado de Mendoza (su importancia aquí) en sus campañas literarias por introducir los nuevos metros italianos en nuestras letras.

Del pucelano os traigo un soneto muy especial. No solo de gran nivel técnico sino también conceptual. Y con curiosidades como esa rima de los versos quinto y octavo con dos palabras homógrafas: el ‘flecha’ tercera persona del singular del presente de indicativo del verbo flechar y el ‘flecha’ sustantivo. Para que lo disfrutéis mejor, una documentación previa. Amor, también llamado Cupido, era el dios del deseo amoroso y sexual en la mitología romana, y al que anteriormente la griega llamaba Eros. Hijo de Venus, diosa del amor, y de Marte, dios de la guerra, se le representaba como un niño desnudo y alado, con los ojos vendados y armado de arco y flechas, que sacaba de su aljaba y repartía, eso, a ciegas.

Yo lo digo y lo siento así: