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25 May 2024
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

Rosario Castellanos, la mexicana indigenista y feminista

Poeta indigenista. Poeta feminista. Esos dos apelativas le pusieron en vida a la creadora que hoy os traigo, Rosario Castellanos, una interesantísima escritora e intelectual mexicana, menos conocida fuera de su país de lo que se merece. Con lo de indigenista ella no estaba del todo de acuerdo. Con lo de feminista, sí. 

Escribió y publicó mucho y muy variado: novelas, cuentos, teatro, ensayo… y poesía, sobre todo poesía. Escribió mucho, y vivió poco. Murió joven, cuando tenía 49 años, y de forma trágica.

Rosario Castellanos nació hace ahora casi cien años, en 1925, en Ciudad de México, pero vivió toda su infancia y su adolescencia en una ciudad del Estado de Chiapas que se llama Comitán, que en náhuatl significa «lugar de alfareros». Allí su familia, de terratenientes, tenía una hacienda con esclavos. Su madre, Adriana, mostraba una clara preferencia por otro hijo, Benjamín. El niño murió de apendicitis con solo siete años de edad, y Rosario se sintió de algún modo culpable por ser ella quien seguía con vida, y no su hermano.

Más que con su madre, ella se crio con Rufina, una nana indígena. A través de ella se sensibilizó Rosario sobre la injusticia social con los indígenas. Tanto, que al morir sus padres, cuando ella tenía 23 años, Rosario dejó la hacienda en herencia a los indígenas que allí trabajaban… y se fue del lugar.

Se trasladó a Ciudad de México, estudió filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y amplió estudios en Madrid, en la Complutense, con una beca. Más tarde fue profesora en la UNAM, en la Universidad de Wisconsin, en la Universidad Estatal de Colorado, en la Universidad de Indiana… Después se desempeñó como diplomática… Algunos aspectos de su vida profesional y de su pensamiento recuerdan los de otra de las grandes de su tiempo, la chilena Gabriela Mistral, también poeta, también educadora, también diplomática, también feminista.

Dos grandes causas recorren toda la obra de Rosario Castellanos: la defensa de los indígenas, en la que se había iniciado como antes decíamos durante su adolescencia en Chiapas, y la reivindicación de la igualdad de las mujeres en una sociedad, la de su tiempo, que relegaba a ambos colectivos.

Vamos ya con su obra poética. Algunos críticos valoran a Rosario Castellanos como la principal voz de la poesía mexicana del siglo XX. Ella consideraba la poesía «un intento de llegar a la raíz de los objetos».

Mira este poema. Se titula Apelación del solitario. Y dice así:

Es necesario, a veces, encontrar compañía.

Amigo, no es posible ni nacer ni morir
sino con otro. Es bueno
que la amistad le quite
al trabajo esa cara de castigo
y a la alegría ese aire ilícito de robo.

¿Cómo podrías estar solo a la hora
completa, en que las cosas y tú hablan y hablan,
hasta el amanecer?

Lirismo sin ropajes, sin rima, sin métrica estable, sin estrofa tradicional. Pero no siempre es así. Otros poemas suyos son en moldes clásicos. Como este soneto titulado Ser de río sin peces. Dice así:

Ser de río sin peces, esto he sido.
Y revestida voy de espuma y hielo.
Ahogado y roto llevo todo el cielo
y el árbol se me entrega malherido.

A dos orillas del dolor uncido
va mi caudal a un mar de desconsuelo.
La garza de su estero es alto vuelo
y adiós y breve sol desvanecido.

Para morir sin canto, ciego, avanza
mordido de vacío y de añoranza.
Ay, pero a veces hondo y sosegado

se detiene bajo una sombra pura.
Se detiene y recibe la hermosura
con un leve temblor maravillado.

Un aire melancólico, tristísimo, recorre buena parte de la poesía de Rosario Castellanos. Mucha de su obra poética trata de amor y de desamor. Como este poema de versos blancos, sin rima, que ahora os traigo, fresco como si estuviera recién escrito, triste como un atardecer. Se titula Lo cotidiano, y dice así:

Para el amor no hay cielo, amor, sólo este día;
este cabello triste que se cae
cuando te estás peinando ante el espejo.
Esos túneles largos
que se atraviesan con jadeo y asfixia;
las paredes sin ojos,
el hueco que resuena
de alguna voz oculta y sin sentido.

Para el amor no hay tregua, amor. La noche
se vuelve, de pronto, respirable.
Y cuando un astro rompe sus cadenas
y lo ves zigzaguear, loco, y perderse,
no por ello la ley suelta sus garfios.
El encuentro es a oscuras. En el beso se mezcla
el sabor de las lágrimas.
Y en el abrazo ciñes
el recuerdo de aquella orfandad, de aquella muerte.

Ese final, esos dos últimos versos que rematan en la palabra muerte… La muerte, como si presintiera la suya, es otro de sus motivos poéticos. 

Rosario Castellanos murió de forma trágica, con solo 49 años. Ocurrió en Tel Aviv, donde llevaba tres años destinada como embajadora de su país, México, en Israel. Según la versión oficial, fue un accidente doméstico: electrocutada por una lámpara, cuando salía de bañarse para atender una llamada telefónica. Una versión oficiosa especuló con que podía haber sido víctima de un asesinato, instigado por los sectores sociales a los que incomodaban sus escritos feministas y en defensa de los pueblos indígenas.

Vamos a terminar con un poema de Rosario Castellanos que habla directamente de la muerte. Paradójicamente, se titula Amanecer, y dice así:

¿Qué se hace a la hora de morir? ¿Se vuelve la cara a la pared?
¿Se agarra por los hombros al que está cerca y oye?
¿Se echa uno a correr, como el que tiene
las ropas incendiadas, para alcanzar el fin?

¿Cuál es el rito de esta ceremonia?
¿Quién vela la agonía? ¿Quién estira la sábana?
¿Quién aparta el espejo sin empañar?

Porque a esta hora ya no hay madre y deudos.
Ya no hay sollozo. Nada, más que un silencio atroz.

Todos son una faz atenta, incrédula
de hombre de la otra orilla.

Porque lo que sucede no es verdad.