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21 Jun 2020
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

Romance de la jura de santa Gadea, de autor anónimo

En santa Águeda de Burgos,
do juran los hijosdalgo,
le toman la jura a Alfonso
por la muerte de su hermano;
tomábasela el buen Cid,
ese buen Cid castellano,
sobre un cerrojo de hierro
y una ballesta de palo
y con unos evangelios
y un crucifijo en la mano.
Las palabras son tan fuertes
que al buen rey ponen espanto.

—Villanos te maten, Alfonso;
villanos, que no hidalgos;
de las Asturias de Oviedo,
que no sean castellanos;
mátente con aguijadas,
no con lanzas ni con dardos;
con cuchillos cachicuernos,
no con puñales dorados;
abarcas traigan calzadas,
que no zapatos con lazo;
capas traigan aguaderas,
no de contray ni frisado;
con camisones de estopa,
no de holanda ni labrados;
caballeros vengan en burras,
que no en mulas ni en caballos;
frenos traigan de cordel,
que no cueros fogueados.
Mátente por las aradas,
que no en villas ni en poblado,
y sáquente el corazón
por el siniestro costado,
si no dijeres la verdad
de lo que te es preguntado:
si fuiste o consentiste
en la muerte de tu hermano.

Las juras eran tan fuertes
que el rey no las ha otorgado.
Allí habló un caballero
que del rey es más privado:

—Haced la jura, buen rey,
no tengáis de eso cuidado,
que nunca fue rey traidor,
ni papa descomulgado.

Jurado había el rey
que en tal nunca se ha hallado;
pero allí hablara el rey
malamente y enojado:

—Muy mal me conjuras, Cid;
Cid, muy mal me has conjurado;
mas hoy me tomas la jura,
mañana me besarás la mano.

—Por besar mano de rey
no me tengo por honrado,
porque la besó mi padre
me tengo por afrentado.

—Vete de mis tierras, Cid,
mal caballero probado,
y no vengas más a ellas
desde este día en un año.

—Pláceme, dijo el buen Cid;
pláceme, dijo, de grado,
por ser la primera cosa
que mandas en tu reinado.
Tú me destierras por uno,
yo me destierro por cuatro.

Ya se parte el buen Cid,
sin al rey besar la mano,
con trescientos caballeros,
todos eran hijosdalgo;
todos son hombres mancebos,
que ninguno había cano;
todos llevan lanza en puño
y el hierro acicalado,
y llevan sendas adargas
con borlas de colorado.
Mas no le faltó al buen Cid
adonde asentar su campo.

Cinco semanas después del Romance de la amiga de Bernal Francés, volvemos al romancero viejo. Ahora, con el Romance de la jura de santa Gadea, uno de los más famosos e intensos de los llamados romances históricos. En este caso, falsamente históricos, pues multitud de estudios modernos han demostrado que ni el Cid ni Alfonso VI fueron como nos cuenta la literatura medieval, y que la famosa jura de santa Gadea o de santa Águeda (una iglesia de Burgos que aún hoy día existe, a pocos metros de la catedral, y que tiene en su puerta principal un gran cerrojo de hierro que la tradición dice que es el del romance), en la que el primero le habría pedido cuentas al segundo sobre la muerte de su hermano el rey anterior, Sancho II, en realidad nunca se produjo.

Los romances medievales son unos poemas de tradición oral, muchos de ellos desgajados de alguna escena de un cantar de gesta anterior, que los juglares recitaban o cantaban pueblo a pueblo, mercado a mercado, castillo a castillo. No tenían autor conocido. En muchos de ellos, incluido este de hoy, del que hay muchas versiones diferentes, se advierte la mano de distintos autores: los diferentes juglares que los adaptaban, quitando, poniendo o cambiando versos, en función de sus propios gustos o de la audiencia a la que en cada ocasión se dirigían.

El Romance de la jura de santa Gadea enlaza en lo que cuenta con otro también muy popular y muy bello: el Romance del rey don Sancho, que dice así: «—Guarte, guarte, rey don Sancho, / no digas que no te aviso, / que de dentro de Zamora / un alevoso ha salido: / llámase Bellido Dolfos, / hijo de Dolfos Bellido, / cuatro traiciones ha hecho / y con esta serán cinco; / si gran traidor fuera el padre, / mayor traidor es el hijo. / Gritos dan en el real: / que a don Sancho han mal herido. / Muerto le ha Bellido Dolfos, / gran traición ha cometido. / Desque le tuviera muerto, / metiose por un postigo; / por las calles de Zamora / va dando voces y gritos: / —Tiempo era, doña Urraca, / de cumplir lo prometido”.

La Urraca de los últimos versos era la hermana mayor de ambos reyes, Sancho y Alfonso. Y lo prometido que se apunta, la conjura entre aquella y este para matar a Sancho y que Alfonso se convirtiera en el nuevo rey. De ahí las explicaciones que en el romance de la jura pide Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, que había sido algo así como el general en jefe de las tropas de Sancho y que sería después el líder militar más poderoso de la Edad Media peninsular.

El poema es recio, intenso, bellísimo. La eficacia narrativa, la riqueza léxica, la naturalidad y soltura con las que se engarzan las rimas asonantes a/o de los versos pares, la altura lírica y épica en algunos pasajes, el crescendo de la primera interpelación del Cid al rey —que te mate la peor gente posible, del peor modo posible, en el peor lugar posible… si no dices la verdad sobre la muerte de tu hermano— y la habilidad y contundencia del diálogo entre los dos protagonistas convierten a este romance en una de las piezas más valiosas de toda la literatura medieval en castellano. Dibuja además y deja fijada para siempre una escena de un alto valor representativo, un relato que acaba convirtiéndose en un símbolo universal. El del vasallo leal, honrado y con principios que se rebela contra un rey ilegítimo, opresor, quizás fratricida y usurpador del trono, al que le pide cuentas aun a sabiendas de que su gesto le va a traer la ruina y la desgracia personal.

Los personajes reales vivieron en la segunda mitad del siglo XI. Alfonso VI se adentró unos años en la siguiente centuria. La versión original del romance probablemente sea de mediados del XIII, cuando ya desde varias décadas atrás se estaban creando y popularizando en diversas obras hagiográficas sobre Rodrigo Díaz de Vivar -cantares de gesta, crónicas, etc.- las diferentes leyendas, entre ellas la de la jura, que acabaron consolidando el mito del Cid. Los añadidos y las diversas versiones del poema pudieron extenderse hasta el XV.

Toda la literatura cidiana medieval demuestra que la naturaleza no sólo imita al arte, sino que a veces es el propio arte quien crea la naturaleza, o al menos crea y recrea la realidad.

Yo siento así este romance: